
Un año, un año entero desde que el calendario es lo que es. Un año en el que las tendencias han muerto asesinadas en las manos de la jungla de asfalto, quemadas en portadas y devoradas por las chicas it. Un año en el que las top models han regresado y, no sólo al universo Chanel donde, por mucho que Karl Lagerfeld anunciase su muerte, nunca se fueron; ellas han vuelto y; eso significa que la moda ahora tiene nombres con mayúsculas y, nuevas Afroditas, antiguas musas. Realmente vuelve el pasado pero, a costa de qué. Año negro para la moda y, a la vez, año de gracia. Así son los genios, grandes, plausibles y talentos y, no sólo comerciales, no sólo culturales y, no sólo contemporáneos porque es el filtro del tiempo el que habla del talento y no de la sociedad de su época. Ahora vuelven las maisons del olvido y mueren los creadores a favor de la marca que es devorada por el logo y, al mismo tiempo, se reclama el je ne sais quois francés, el talento y la esencia. Porque la moda ya no es un cliché…

Éste ha sido un año negro para la moda, Valentino se ha despedido como el último couturier. Un grande. Como todo genio Valentino copó los mentideros de París pero, fue él quien tuvo la última palabra. Escogió a Alessandra Fachinetti como sucesora en un mar de genios deseosos de una marca como la de Valentino, negó a Ford, marginó a Valli, destronó a Marchesa, se carcajeó de Pilati, intimidó a Elie Saab y cayó rendido, gracias a las cifras y a la mano
“gris” del conglomerado empresarial,
ante Alessandra Fachinetti una mujer que, no dejó de convertirse en intermedio en Gucci entre el carnal poder de Ford y la templanza comercial de Frida. Quizás sólo esté de paso en Valentino pero, ¿no es esa la maldición del sucesor?
Eterno Valentino es lo que queda por decir.
Murió Gianfranco Ferré el llamado arquitecto de la moda, el hombre que hizo de la blusa blanca la elegancia y de la crinolina, la palabra de la noche. El extranjero que tomó Dior, confrontó al mundo y recibió el aplauso y, el hombre que al morir, la moda le ha olvidado. Ya se sabe, los genios no reciben aplausos hasta mucho tiempo después. Pero Ferré no era un diseñador más, él era el concepto de la dignidiad y la armonía en la moda, un hombre del renacimiento que prestaba la atención a la forma y al contenido, en su tiempo justo, en el aplauso del espacio. Quizás fura el presente el que le maltrató, su firma hacía décadas que no estaba visitada por los fashionistas y que el hombre de la arquitectura, el genio del diseño no era más que un recuerdo en el pasado de Dior pero, la verdad, es que era más que eso. Era un talento conceptual y, ya se sabe lo que pasa con los genios, que en una sociedad en la que los mediocres triunfan; los genios caen en el olvido.

Versace, ése hombre producto de la contemporaneidad y del arribismo. Aquel hombre que se fijó en un burdel y que inventó a las top model. Ahora la marca es un
cliché, Donatella Versace, ha convertido la marca en una red comercial en la que quiere ser el nuevo chic, la nueva Italia y, todo eso, cuando Gianni siempre estuvo condecorado con una máxima fascinante y aterradora, pero que ha dejado un millar de creaciones, “No creo en el buen gusto”, una afirmación que le sacaba de su contemporaneidad y que le permitía innovar. Seguramente, Versace nunca será elegante pero ése nunca fue su propósito. Gianni Versace era otro genio, pero un genio diferente; un hombre que vio a modelos con nombre y a moda con musas, a tops decadentes y al show de la moda.
Gracias, Gianni Versace.
También ha sido el aniversario de Dior, de la muerte de la leyenda y de la creación de la casa del genio. Monsieur Dior fue el creador, uno de los que su nombre queda escrito con letras mayúsculas en la milla dorada de la moda, y que consiguió crear el escándalo, la elegancia y la revolución a partes iguales en el mundo de la moda. Cambió la paleta de colores creando la ilusión de un jardín: rojo pasión, verde menta, rosa satinado, azul nocturno o gris perlado. Ató a las mujeres al corsé de nuevo y ellas aplaudieron, fue tachado de apolítico, consumista y antipatriótico por su excesivo New Look y creo a partes iguales el nuevo sistema económico de la moda, primero fue rico por su casa, luego pobre, volvió a ser rico gracias al sistema de licencias y plasmó esa regia nobleza de su pasado en su marca. Fue el primero en no sobrevivir a su marca, fue el primero en la maldición del sucesor. Por su casa pasaron desde Saint Laurent, el joven genio, a Marc Bohan; el extranjero Ferré; y
John Galliano y todos acabaron cayendo en la maldición de la casa, del barco sin rumbo con sólo pasado, la maldición del titular que YSL inauguró desde aquel
“Saint Laurent salva Francia” y que Galliano acaba. El suceso Dior.
Y es que ya no hoy hombres como Saint Laurent… 
La maldición del sucesor es algo muy comentado y es que además de soportar la carga del histórico necesitan caer en las redes de la comercialidad y triunfar cada temporada o bien con algo nuevo o bien con algo que la jungla aplauda. La esperanza de vida de un sucesor es equiparable a al de una tendencia, caducan, renacen, explotan y mueren y caen en el más profundo de los olvidos sin importar a nada ni a nadie.
Un sucesor puede llevar a una maison al éxito o sumirla en el fracaso y, eso es lo importante. La moda y las finanzas son lobos entre ellos mismos, se aplauden, se devoran, se consumen y se mantienen, son como un organismo simbiótico. Aunque, también son décadas de logo y
adiós a la furia y al rojo.

E
l universo Chanel es un misterio para mí. Karl Lagerfeld ha convertido a Chanel en una maison que vive del pasado, en una oda continua a las perlas, al negro, a la bisutería, a la camelia y al chic francés de mademoiselle. Chanel ha caído en el estereotipo, en el mero cliché. Ahora Chanel se resume en el Petite Robe Noire, en la parisina chic y en el clásico de fondo de armario; antes Chanel era genio e ingenio, Chanel era una transgresora, una rupturista, como dirían, un torito negro. Lagerfeld, es un gordo-flaco que tiene veinte kilos de más en la cabeza y que está obsesionado y anclado en el pasado pero con un amor irresistible por las musas de un día. Ahora Chanel es una noche de verano sumida en el sonar de las estrellas, es un rumor candente en los mentideros pero,
siempre será una estrella en el cielo. El siglo de Chanel, sin ninguna duda.

Balenciaga es otra de mis pasiones, Cristóbal Balenciaga fue
“El maestro de todos nosotros”, un hombre austero que se inspiró en España, vistió a Francia y al mundo y se alzó como la elegancia. Balenciaga no necesita más definición, se pueden decir muchas cosas de Balenciaga pero lo que más la define es el silencio interrumpido por un aplauso. Regio y soberbio como Cristóbal Balenciaga. Ahora llega Ghesquiére con un amor a lo profano, asalta Balenciaga, proclama su territorio y se convierte en el niño mimado de la moda alzando todo lo que detestaba Balenciaga. Balenciaga era negro y rosa, Balenciaga era porte y soberbia. Ghesquiére es un geniecillo venido a más, que volverá a caer en el menos. Y nadie dirá nada. Ghesquiére roza las mieles del éxito, sólo le auguro un mal final.
El peso del histórico, Ghesquiére no puede con él y por eso sus veleidades…

Maisons del pasado y
maisons del olvido, de aquellos hombres que no sobrevivieron a su marca y que cayeron en las redes de lo olvidado. Ahora renacen, de la mano de una generación impersonal y sedienta de ídolos,
el wanabbe, y con Rachel Zoe como insignia. El estilista es arribista, o se tiene clase o no. Punto. Pero Rachel Zoe no piensa así, de hecho, cría, aliena y educa a una generación de adolescentes estrellas infantiles que desfilan sus delirios por la Alfombra Roja como clones del uniforme del club de la melena rubia y el todo hueso. Rachel Zoe es la diosa de un
Nueva York rendido al negro que cambia a todo el mundo por igual y que vive sumergido en un Sex And The City particular. Quizás, lo único que une a la generación de las fashion victims
sacrificadas a Zara que sueñan con Prada sea aquel lema de Andy Warhol, “¿Quién quiere hacer arte? Yo quiero dinero.”

Vuelve la leyenda de las maisons del pasado, desde Elsa Schiaparelli, la mujer del arte, cuyo adjetivo es
Shoking Shiaparelli a la mítica Halston, aquella firma de las líneas limpias y nítidas, del corte trapecio, de Jackie Onassis. Y vuelve Halston de la mano de Rachel Zoe y de Tamara Mellon y, siento escalofríos de pensar en la generación Zoe con pillbox por la Alfombra Roja. Y vuelve el Atelier de Versace, y vuelve la Costura de Balenciaga y, vuelven las musas a Chanel y, vuelve todo lo que huele a éxito aunque sea como una muerte anunciada. Mueren las leyendas.Y es que ése es el problema, a nadie le importa la moda, ahora sólo importan las cifras. Va ha haber damas de rubios cabellos oxigenados arribistas por la Alfombra Roja. Damas de la generación de las camareras de bar. Pido princesas y no adolescentes que se llaman Kimberley, Lindsay o Cindy que podrían servir café en Alabama o en la América Profunda y que son visiones sinuosas de una sociedad en declive. Oda al Hollywood Dorado. Yo rechazo éste.

Y de repente surgen pasiones por la moda, alimentadas por el fenómeno Devil Wears Prada y por el arribismo de los conglomerados comerciales. Y Anna Wintour está encantada, ella ya ha pasado a la historia como nadie antes lo había hecho, ella ya ha tocado el cielo del éxito y disfruta de su trono.
Being Anna Wintour por Carine Roitfeld,
nombrada enemiga por los titulares sensacionalistas, devota envidia. Ahora arrasan las altas esferas de la moda custodiadas por la todopoderosa Anna Wintour y por la siempre comentada Carine Roitfeld. Ellas construyen la leyenda, catapultan los genios y guardan el oscuro secreto de la moda en su mano. Eso es poder.

Esto ha sido 2007, un despliegue comercial, un adiós de talentos y una llegada continua de rumores. Un mundo en el que triunfan los mediocres, que ve decir adiós a los genios y que espera con ansia un nuevo rey,
un nuevo tirano que le domine. Espera princesas y no camareras de bar, espera reyes y no sucesores, espera esperanzas y gloria y no cifras y mediocridad. No quiere un nuevo Valentino, otro Balenciaga, un genio como Saint Laurent, una rupturista como Chanel, una artista como Schiaparelli, un innovador como Poiret, un dictador como Worth, una fashionista como MariaAntoinette, una “Su elegancia” como Jackie Onassis, una todopoderosa como Anna Wintour o una celebridad como Audrey Hepburn.
Eso ya ha pasado, ahora queremos algo nuevo. Algo regio, algo soberbio y no otro otro. Para eso ya está el pasado, ahora miremos al futuro.