
Un editorial de Claudia Schiffer, bella y gloriosa, fotografiado por Karl Lagerfeld y totalmente compuesto por trajes de Alta Costura y por una pátina sepia, antigua, y del pasado que parece sacada del viejo álbum de fotos familiar. Un retrato de la Claudia Schiffer bella y nostálgica, fuerte y orgullosa y magnífica.

El dramático editorial de Karl Lagerfeld para Vogue Alemania le ha vuelto a unir con su musa eterna. Como una dama de la Alta Sociedad alemana que, en una tarde de playa descubre que su marido va a ser enviado a la guerra. Llorosa, sumida en el letargo del luto y con el rostro contraído, Claudia Schiffer se torna dama y reina solitaria del ambiente brumoso, melancólica y exquisita.

Ahora, tras la noticia parece sumida en un eterno sueño gótico y dramático. El rostro contraído, el cabello recogido y vestida de negro luto camina hacia la oscuridad total, hacia el otro mundo, ajena, distante. Tocada con plumas negras y con la calavera como signo, anda sola sumida en la lejanía quizás sin destino, quizás sin familia.

Mira con superioridad distante su futuro y su pasado envuelta en un vestido con un hombro al descubierto de color negro complementado con unos recatados guantes de encaje, unas gafas decoradas y una sombrilla decorada en los laterales. Quizás mira la lejanía, quizás ha decidido dejar de mirar.

Mira distante al embarcadero por el cual su marido y su vida van a despedirse y a abandonarla. Un vestido de la Alta Costura de Chanel de pailletes negras lleva una capa de plumas decorada con detalles florales y geométricos. Bella, aislada y furtiva.

Abrazada a lo único que le queda, su hijo, lleva el rostro cubierto por un antifaz de raso negro decorado con cuentas. Un diseño con el escote decorado está adornado con un echarpe de raso bordado. Bella, insatisfecha y hermosa.

Ahora están los dos solos, dispuestos a recriminar todo lo necesario y sintiéndose vacíos, abandonados, inoportunos. El diseño de corte francés en negro lleva una chaqueta militar con hombreras marcadas y una falda con volumen en el bajo y botas de cuero a juego con un tocado rígido.

A merced de sus sentimientos, presa y atrapada por ellos corre, huyendo y desapareciendo como si estuviera ausente pero, antes de convertirse en Anna Karenina y morir con el murmullo de las olas de mal de amor se para en seco, recordando su hijo y quizás un atisbo de futuro.

Airada, orgullosa y resentida pero conocedora de su destino incierto. Envuelta en un juego de volúmenes, desnuda en alma y cargada con el peso de la responsabilidad camina gloriosa, con paso firme y convencida de la fortaleza de su ser.