
Moschino. Una marca que nació con un espíritu irreverente y destinada a escandalizar -un poco al menos- a la acomodada y refinada burguesía que cuida de las acacias y limpia con trementina. Ha acabado convirtiéndose en Chanel y es, más Chanel que Chanel. Creo que esto también es una ironía. Si París es el centro del mundo, Italia es el centro de las pasiones, de la moda, de la música, del estilo, del arte de vivir.

Italia es un país mágico. Hace sol, el cielo relampaguea en azul, las nubes no manchan el reflejo del sol en la piel, sus mujeres son hermosas, curvadas, sensuales, sus hombres son caballeros canallas y dan ganas de moverse siempre en Vespa. En Italia hay ardor, pasión y un ahora o nunca a cada instante. Desayunas con champagne, tomas melón con jamón y compras periódicos con claveles rojos.

Lo que diferencia a Moschino de Chanel -o a París de Milán- no es nada más que el orgullo frente a la soberbia. Francia es orgullosa, se hincha como un pavo real con más ojos que Argos frente a Italia que es soberbia. Sus señoras llevan los labios rojos por ardor y no por coquetería. Son sexo y no erotismo y son sobrecogimiento frente a emoción contenida.

Son esposas de mafiosos, hijas de mafiosos, espías, bailarinas en un local de mala muerte, putas de esas que retrataba Caravaggio y que sólo en Italia pueden ser vírgenes, carne trémula, alcohol, el sonido del fuego consumiendo la antorcha y la lluvia empapando las estatuas de mármol por la calle a altas horas de la noche. Son jaleo, gentío, muchedumbre, estruendo, campandas y descaro.

Italia realmente es el único país de los excesos. Azul muy azul en el mar, costa escarpada, arena dorada y blanca, arte, Imperio, sangre, patria, dioses, leyenda la de Eneas y la Afrodita de Troya y encanto. Italia es, inevitablemente, caos y destino. Y por eso no es la tierra de Chanel, ni de Dior, ni de Yves Saint Laurent.

En los armarios italianos de postín -con posibles aka- no reinan ni Dior ni Chanel con sus señoríos. La elegancia francesa es demasiado fria, demasiado comedida, demasiado en blanco y negro. Sus parisinas demasiado moderadas, las fiestas demasiado de postal con la Torre Eiffel iluminada, la Rive Gauche demasiado bohemia para Italia y sus dandis, demasiado impostados para ser de verdad...

En Italia, los vestidos son de rojo Valentino y sus mujeres son de rojo pasional. Italia es oro y barroco, sangre y lujo y decadencia y exageración. Italia no es chic. Es una diosa y una puta al mismo tiempo. Italia es exageración, dramatismo, melodrama, carcajadas y lágrimas cargadas de máscara de pestañas, sábanas que huelen a perfume y a carmín, escarapelas, collares de perlas, amantes, cornudos, vicios y pecados.
No quieren serlo.
Pero te dejan amarlas.










































