Un debut más que correcto para Lemaire en Hermés, un diseñador que tan solo había ensayado en el espíritu del cocodrilo de Lacoste con sus polos y su alegría de vivir y, sí, la gente saltando. En Hermés, tras la salida de Gaultier, para la temporada de otoño invierno 2011 propone, sin duda, un estilo que encaja bien en la filosofía de Hermés. El cuero tostado tiene un tono en café, avellana casi, una verdadera castaña glaseada que es de terciopelo, que parece un toffe por su suavidad. Los casquetes son casi hípicos, los detalles colgados al cuello en cuero que son bolso y collar son deliciosos, el blanco níveo utópico de los inicios da paso a un gris urbano que se va conviertiendo en casi moscovita, casi ruso filocomunista hasta que... llega el rojo.
Gaultier acostumbtó a Hermes a un vocabulario limitado en el que el cuero, los aviadores, los deportistas y el más alto nivel en piel y en detalles se fundían en los años 60 y en los años 30, con las grandes heroínas y con la regia elegancia sofisticada de esa atmósfera de fuerza, prestancia y poder de Katharine Hepburn. Lemaire no se desliga de ese estilo, sin una inspiración temática clara pero con un hermosísimo allure ruso que recuerda al de las blancas palomas y, un poco, a los viajes en tren transiberianos y al sudor de los caballos resoplando en la estación.
Hay algo pre revolución rusa, casi zarino en las capas blancas y en las rojas en las que atisbo a la zarina Alejandra y a la risueña Alexandra. Hay algo postrevolucionario también en las prendas, en las capas grises de los planes de Lenin, en los pañuelos estampados y coloridos de los campesinos, en las botas altas para caminar de la burguesía rusa, en la piel sin esnobismos, solo donde abriga.
Incluso veo la sangre. Al ejército rojo y al ejército blanco. La elegancia altiva de la duquesa María, la oscuridad que se ampara en las capas al estilo de Rasputín, lo que se oculta en los pliegues y, pese a la frialdad, el calor...
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