Chanel, Sigiloso Compás

Las señoritas educadas juegan los domingos en el parque a echar a nadar los barcos en el estanque del parque. Llevan los cabellos recogidos por una cinta de raso blanco como una paloma, comen bollitos salados y pasteles con cabello de ángel. Pero sobre todo se las reconoce por jugar con guantes.

No levantan la voz nunca, suelen callar. Son pequeños gorrioncillos a los que dejan volar de cuando en cuando. Pasean por le Marais y por el Louvre, quizás charlan por los Elíseos y comen cerca de Pastis. También se pasan por Colette pero ellas no compran allí. Demasiado poco exclusivo.

Suenan sus nombres como pasteles, primorosas flores quizás o sigilosos compases de melodías alegres. Suenan a como suena el agua en una fuente. Fresco, alegre, risueño.

Hablan entre sonrisas, nunca se desmelenan, sueñan con perlas. Son pequeñas princesas de palacios de dos pisos en el corazón de París, son pequeñas condesas de estados conformados por el techo de un dosel, son tiranas de un ropero con banqueta de terciopelo. Sangre.

Llegará el día en el que, de su mano, penda un anillo. De su cuello, una gargantilla. De su corazón, de su corazón quizás nunca haya nada.

Quizás sea sólo un bonito jarrón, quizás no. Pero siempre será señorita. Princesa pura del Nuestro Corazón. Aunque el mundo se conmueva ella seguirá impertérrita en Chanel.

Qué decir, ella ya jugaba con guantes.