McQ, Drama

Lo de Alexander McQueen es puro exceso. Son reinas sangrientas que saben a tormentos, a sacrificios, a sangre. A destino tortuoso. A fin. A último día. A pesadillas de sonámbulo.

Saben a Revolución Francesa deslocalizada como todo hoy en día. Saben a alcohol, huelen a vodka, a sexo, a cuero. Dejan un destello oscuro, a depresión, a trauma, a drama.

Pero saben a exceso. A deprabación. Hace mucho que renunciaron a ser mujeres, incluso personas. Son más bien maniquíes exagerados y excesivos. Casi kamikazes. Sin licencia. A muerte.

Son un estudio de la locura, de la perversión, del sadismo. Son el gótico a ojos de un renacentista, oscuro, tortuoso, misterioso, engañoso. Casi alquímico. Elevado de entre las sombras y ocultado, sistemáticamente, a los no iniciados.

Procedente de una mente sacrílega de alma profana que revela sus secretos por medio de la vista a cualquiera que ose contemplarlos con la mente abierta. Sin dejar ver, siquiera entrever, atisbar, intuír lo que se esconde detrás.

Dedicado a tenebrosos espíritus sacados de un particular mundo de sombras, un universo de engendros que rechazan la luz, lo claro, lo puro para reunirse y recrearse en el tenebrismo, en la oscuridad ferviente y envolvente. Aterciopelada, cadente, que sabe a puro drama.

Con la única consigna de que vivir no es sobrevivir, vivir ya es sólo morir. Silencio. Disparo. Sangre. Drama. Pasos. Huída. Ella. Fin.

La historia de McQ nace de los albores del tiempo y es brindada a los profanos de la vanidad. A los que se creen entendidos de cualquier cosa. Exhibe a sus ojos y les dice que está ahí, que busquen.

Pero ellos no encuentran.

Y, antes de que se den cuenta, la muerte les espera. Les saluda con un ardiente beso fundido en sangre que se escurre por sus labios anunciando el fin. El dama.