El Pasado

Mujeres con pasado. Hombres con pasado. Barras de labios Yves Saint Laurent aplastadas en el espejo. Coloretes de terracota en la encimera. Dos copas de vino tinto. O eso o un historial en Internet. Interesante. Es como cuando los diseñadores dicen que su inspiración es Grace Kelly, Audrey Hepburn o Jacqueline Kennedy. Como cuando el hombre que te gusta (célebre, se entiende) sale con alguien. Ella te cae mal. ¿A que sí? Y eso que él no te conoce. Si lo hiciera, tus amigas dicen que quedaría prendado de ti. Sí, seguro.

Es como cuando Sinatra dice que “el alcohol puede ser el peor enemigo del hombre, la Biblia dice que ames a tus enemigos”. Ya. Pero era Sinatra. Es decir, cantó Fly Me To The Moon. En serio, me basta. Como cuando dice Napoleón que “su grandeza no consiste en no haberse caído nunca sino en haberse levantado siempre”. Imposible es el adjetivo de los inútiles. Decencia es el adjetivo de los indecentes. Yo hace mucho que la perdí. La decencia, claro. Más bien, nunca la tuve. Será porque nunca admiré al cisne.

De cualquier forma es curioso cómo el pasado afecta o no al mundo de la moda. El asesinato de Versace, el airoso despido/salida de Yves Saint Laurent de Dior, el capítulo en blanco de Marc Bohan, los escándalos de Gucci, de Cerruti, de Burberry. Cuando El Gran Gatsby dijo que el pony de Polo era horrible y, luego Ralph Lauren hizo el vestuario de la película. De Rose Mary Bravo ya no se acuerda nadie, en cambio, Baley es un “diseñador” admirado. A Givenchy muchos le tienen en los altares. De Cerruti ya nadie sabe nada y, Tom Ford. ¿Tom Ford qué? Terry Richardson segunda parte.

No siempre es fácil entender qué significa el pasado para una marca. Para muchas es motivo de orgullo. Desde hace más de un siglo rezan sus carteles mientras hinchan sus precios como motivo de orgullo. Desde Cartier, Boucheron o Bvlgary a Hermes, Lanvin o Balmain. Lucien Lelong, desaparecido en combate o Poiret. Worth o Doucet. Pero, para otras es casi motivo de sonrojo. Para Burberry, Barbour o Balenciaga. La modernidad ataca. ¿Más de un siglo? Obsoleto. “Renovarse o morir” o “¿Para qué arreglar lo que no está roto?. Siempre quedan los dadivosos desinteresados, Manolos con calcetines de lana, Vuittones con botellas de Vodka, parcas de Barbour con minivestidos de lentejuelas y pañuelos tye dye o estilo de vida inglés con luces de neón y muecas serias. El ritmo de los tiempos. El febril ritmo de los tiempos.

Decencia contra decadencia probablemente. O estupidez contra el tiempo. Sea como sea, ese retrato que todos guardamos en el armario, envejeciendo; nos tortura. Guste o no. Nos tortura. Y, no siempre queda el Botox como solución, no siempre un sustituto listo o visionario (o genio) puede resucitar una marca. No siempre y, a veces, nunca. ¿Es Dior Dior desde Christian Dior o es delirio de un hombre que ha encontrado un taller de telas y modelos mientras él diseña y esculpe su cuerpo sacudiendo la melena rubia y firmando como Galliano? ¿Es Vuitton la firma del estilo de vida francés desde que Marc Jacobs tatuó la firma con spray de vagabundos y desde que las enfermeras se pasean rehabilitando donde antes había champagne para la Alta Sociedad colgando de la puerta del camarote del barco?. No.