Señoras Respetables O Señoras (No) Tan Respetables

Las mujeres buenas calzan zapatos de Bally y de Ferragamo para los acontecimientos sociales en particular y, la vida cotidiana en general. Las mujeres elegantes utilizan estolas de visón, usan guantes y tocados para el pelo y acuden a la peluquería, regularmente, cada cuatro días. Compran en boutiques muy refinadas donde tienen cuentas abiertas para no abonar sus gastos al momento sino tras reflexionar sus compras. Las mujeres de buena vida juegan en verano al bridge con sus amigas, organizan tés a las cinco de la tarde y pueden participar en clubs de lectura donde debatir entre los consagrados -casi rupturistas- Orgullo y Prejuicio y Mujercitas. Se puede decir todo diciendo que su máxima preocupación es que los zapatos hagan juego con el bolso. Son señoras respetables.

Poco más hay que añadir. Respetan a la comunidad y la comunidad las respeta. Estas señoras en los años cuarenta entendieron y alabaron la política “de un solo vestido” que Vogue lanzó y ayudaron a expandir aquel emblema de “tendrá menos tiempo y dinero para preocuparse por la moda. Preocúpese por usar más veces lo que ya tiene”. En los cincuenta, con el auge del New Look se sintieron horrorizadas por aquel desperdicio de tela aunque, en el fondo estaban encantadas, cuando oyeron que con aquella invención del normando Christian Dior se podía salvar Francia y Europa, se lanzaron a la moda. Y, en los sesenta, se aferraron a Balenciaga tambaleando ante Courréges.

Hay señoras y damas. Son aquellas que se inspiran en los románticos cisnes y que niegan su muerte como ya anunciaron los versos de los rojos poemas que tiñeron de sangre su blanco esplendor. Son señoras de las que se retiran pronto y que acuden al tocador; su vida social está cuidadosamente controlada y formada por mujeres de su casta. Las clases sociales existen, por supuesto.

Su armario ha ido cambiando con los tiempos; su calzado remite a los purasangre de las firmas y para sus bolsos, aquello que Freud describió como el útero femenino o el universo propio, prefiere Hermés o Chanel. Los trajes de noche venían firmados por Balenciaga y sus minudiéres de fiesta eran fabricadas por el joyero. A la Iglesia acudía con velo y nunca salía descubierta de casa. Sus guantes eran de cuero en invierno y sus zapatos tienen un saludable tacón cubano. Su marido le regala joyas, siempre está casada y con hijos, probablemente; y hasta sus medias las firmaba Balenciaga. Su fondo de armario varía entre el blanco radiante y el beige nacarado con concesiones al negro y al gris y al azul marino y con, quizás, un vestido de noche protuberante en rojo. ¿La quintaesencia? El collar de perlas.

Pero no todas son señoras de respetada reputación que abrazan el encanto del bicolor de Chanel y las hebillas de Vivier, también hay despiadadas glamoamazonas que adoran o rinden culto al dios profano de los Manolos que ha escrito su nombre en las escaleras de poder que caminan impetuosas hacia el Olimpo y, por supuesto, al señor que laca las pisadas de rojo. Hay señoras mucho más divertidas, esas que su quintaesencia es una sonrisa. Como diría el maestro Yves Saint Laurent: “el mejor traje para una mujer son los brazos del hombre al que ama” y, ella lo sabe. Una sonrisa porque su vestido ríe con ella y una ardiente mirada. Mujeres Cool & Chic.