El Todo Lo Nuevo

Dicen algunos expertos que uno no debería deshacerse de ninguna prenda de su guardarropa porque en tres temporadas volverá a ser la prenda del momento y, si no, puede convertirse en uno de esos tesoros que dentro de diez años será oportunidad de foto para Vogue Puede que sea cierto y, especialmente si la tendencia se adelanta, de cierta manera, al futuro por ejemplo, en el caso de las prendas de Balenciaga que ungdas con sobriedad, austeridad y elegancia y geniales en cuanto a la forma y a la estructura eran tendencias abanderadas de lo que se vería en el resto de los salones de Costura en los próximos diez o quince años. La clave es la sencillez, por supuesto, jamás se revisitarán los estampados de Ghesquiére para Balenciaga o la excentricidad de Versace pero siempre será exquisito el lujo de Cristóbal Balenciaga porque, es eso lo que nunca cae en desgracia, el lujo.

Todo está inventado dicen otros y ése es el verdadero motivo por el que deshacerse de una prenda puede suponer un error para toda la vida. Yo no lo creo, absolutamente nada está inventado y todo lo está ya, las mangas, por mucho que sean melón, de pernil, farol o con volumen siempre serán mangas pero generalizar es terrible y esa comparación es obviar la realidad y decir de un vestido de Monsieur Dior “!Es un vestido!” para exclamar lo mismo de otro vestido de otro diseñador. Por supuesto, es un vestido pero es único.

La originalidad y la exclusividad son motivos de risa en las reuniones sociales de la contemporaneidad; sobre todo, teniendo a Zara y a la moda democrática al pie del cañón creando cada temporada un ejército de clones con la tendencia de la temporada o, con el color de moda. Coincidir con la misma prenda es terrible, un mar de uniformes iguales es cómico (sobre todo, si no se lleva el uniforme). Por eso, la Haute Couture es el centro del lujo, del verdadero lujo que, es la personalidad. Algo único que casi es arte y que se convierte en opulento y decadente.

Ghesquiére no es un genio, pero tampoco quiere serlo; él prefiere las cifras. Le causa alegría ver su keffiyah en la moda democrática y siendo devorada por la jungla de asfalto y se sonroja sacando otra tendencia que ya parece obsoleta y que es grotesca. No todo está inventado aunque ahora lo parezca porque sacar algo nuevo es absurdo, ¡Para qué innovar si venden los clásicos? Por eso, la Alfombra Roja se convierte en la Alfombra Negra con wanabbes cortadas al mismo patrón, melena ondulada de color champagne, un vestido largo de color negro y palabra de honor y stilettos altísimos con la suela de laca roja. Los desfiles parecen ser siempre los mismos, en invierno piel, piel con un vestido de gasa; un vestido de noche largo, un estilo cosmopolita y chic; en verano, vestidos etéreos, con flores estampadas y las bondades de la gasa y la seda; un hippie chic mezclado con un detalle lencero, algo vintage seguramente rescatado del popularísimo estadio de los 40s. ¿Y a quién le importa si eso es lo que se vende?

Quiero decir que el presente no es diferente del pasado, el eterno retorno que diría Nieztsche, si Poiret consiguió librar a las mujeres de la tiranía de Worth e introducir el orientalismo, Fortuna consiguió liberarlas del corsé, Chanel vistió a la nobleza como oficinistas y consiguió que fuese el colmo del chic o Monsieur Dior que las volvió a atar al corsé. Aún hay mucho por descubrir y por crear y, no sólo mirando al futuro como Hussein Chalayan, el mundo no necesita un nuevo Valentino, necesita otro genio a su estilo, un genio, Valentino ya hay uno.