Nina Ricci -esa marca de perfumes- ha presentado su colección de primavera verano 2012 en París. Nada memorable. Todo muy pasable. Adolece de la misma comercialidad y de la misma sutileza prosaica que la Semana de la Moda de Nueva York, es decir, de ser pret a porter. El término listo para llevar encaja a la perfección con el espíritu de casi todas las prendas que componen la colección. No hay nada que esté fuera de lugar, no hay una puntada que provoque palpitaciones ni un solo diseño que llegue al corazón. Sin embargo, hay amor en la rutina, por así decirlo.
Desde la casa, han presentado una colección muy dulce y etérea que encaja con el espíritu de Nina Ricci: hay polvos rosas que dan color a las mejillas de las jóvenes enamoradas, trajes blancos que convierten a las vírgenes en novias y elegantes conjuntos en azul marino y en negro que se entremezclan con estampados para pasear por la orilla del Sena o bailar en una barca sobre el río con una copa de champagne en la mano. Todo es fresco. Nada es novedoso. La lencería superpuesta a las prendas la hemos visto en las pasadas colecciones de Dolce & Gabbana y, a través de ellos, en las portadas de casi todas las revistas de moda de este verano (de hecho, el debut de Alt como directora de Vogue París fue con una de esas creaciones). Los abrigos años 60s sacados de las últimas colecciones de Prada y estampados en tonos hogareños y confortables, tampoco son una excepción. Los cortes con formas de corazón, las tocas que convierten a las jovencitas en princesas, los zapatos de salón estampados y forrados en tela con un discreto tacón y los accesorios sencillos y comerciales con abundantes brillos han poblado las pasarelas las pasadas temporadas. No hay nada que llame la atención.
Y, sin embargo, la colección tiene encanto. El pret a porter fue concebido para colgar la ropa directamente tras la pasarela en una percha, de ahí ser cogida en una mano, pagada en la caja, metida en la bolsa y puesta en casa -rpimero ante los ojos cómplices del espejo y luego ante los de la multitud- para salir con ella a la calle inmediatamente. El pret a porter, en realidad, debería poder estar colgado de las perchas de Zara. Aunque, claro, cuando se toca, cuando se lleva, cuando se disfruta, no puede uno sino conmocionarse por la pequeña maravilla que tiene entre manos. Todo debe ser delicado, estar bien confeccionado pero ser sutil.
Y no cabe duda posible acerca de la dulzura de la colección de Nina Ricci. Sin duda, dista de ser un proverbial ejemplo de maestría al estilo de las creaciones con las que Lagerfeld para Chanel, Galliano para Dior -en sus años buenos- o Alexander McQueen creaban para sus colecciones. No hay ni un ápice de sorpresa, no hay nada que deje boquiabierto, no hay bacos rampantes, no hay Mariantonietas desangradas y no hay icebergs que se derriten ni leones plantados en medio de la pasarela. Tampoco están Claudia, Linda, Naomi o Christy comiéndose la pasarela con sus melenas al viento, no hay nada del salvaje magnetismo voraz de Gisele en sus años mozos pre Victoria Secrets y tampoco hay nada demasiado memorable.
Pero, a mí, la colección me evoca disfrutar de la vida. No pasar a la historia. Los parisinos siempre han sabido vender muy bien su vocación hedonista y su lisonja zalamera de amor por la moda nacida en el XVIII francés al más puro golpe despótico de gobierno absolutista. Sin embargo, es interesante saber que ellos mismos son conscientes de que su fama -como todo- no puede durar. Por eso, las pequeñas marcas francesas basan su filosofía -su razón de ser- en la pura fugacidad. Y eso es lo que venden desde Nina Ricci: venden la juventud que todos perdemos, enseñan los momentos que deseamos repetir, los sueños que deseamos, los instantes de ensueño que nos reavivan el alma.
No se trata en realidad de grandes cosas, dejemos todo eso aparte -si quieren para la Alta Costura, si quieren para los grandes hombres- y vivamos la vida como si fuésemos a morir mañana. Quizá podamos colarnos como Cenicienta en un baile y encontrar la felicidad, quizá tengamos que regresar con las manos vacías y convertirnos en polvo gris. Pero, ¿hasta entonces podemos ser mariposas y volar lejos y lejos con nuestras alas de colores? Por favor, que sean de color lila como las de Nina Ricci...
8 comentarios:
siempre me evoca ternura.
bs
que gran post! muy bien escrito!!!
me parece que la colección es tan delicada y dulce que por eso ya me encanta!!
besotes!!!
http://cocoricoblog.blogspot.com
Susana, Un saludo
Irene. Gracias. Un saludo
El vestido rosita es una monada...
Nina Ricci siempre acierta en los vestidos.
La dulzura y la sencillez de estos vestidos los hacen memorables.www.laflorinata.com
Blainch. Un saludo
La Florinata. Un saludo
Holly, ¿sabías que hoy es el 50 aniversario del estreno de Desayuno con diamantes? seguro que sí!
un beso ;-)
Manuel
Manuel. No lo sabía. Vaya, !qué vieja soy! Un beso
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