martes, julio 12, 2011

El Dulce Amor


París es la ciudad del amor, donde todo es posible y las mujeres son bellas. Por supuesto, si hay alguien que destaca entre todas ellas es Coco Chanel. De ahí parte Karl Lagerfeld para diseñar su colección de Alta Costura de otoño invienro 2011 2012 que evoca los años en que Chanel reinaba sobre el mundo de la moda, de hecho coronaba el desfile sobre la Plaza que el Kaiser plantó en medio de la pasarela. París es una ciudad gris que late rebosante de belleza. Suele acabar mojadas las aceras y, a veces, los ojos. No se puede evitar, París es así: caprichosa.

Lagerfeld parte de las pasiones bajas, oscuras, divertidas, claro. De la lujuria, el lujo, el desenfreno. Parte del girar de las apas del Moulin Rouge y del caminar antes de que amanezca cuando uno abandona las sábanas blancas que le pegan a su amante. Y es que la colección tiene un regusto a sensualidad eminentemente masculina: hombros anchos, actitud muda, liberación callada.


Son los 60s los que se ven. El pasar de la vida en medio de la revolución sexual, del cambio de costumbres, de Chanel amarrada al Elle francés y a Estados Unidos, de Courreges y Balenciaga. Y de Pierre Cardin. Y de Paco Rabanne. Hay la misma falsa austeridad en el ambiente, una sencillez casi espacial que roza lo prepotente. Con razón, al final, las modelos ven iluminar su calzado en neón, en la más estricta oscuridad y relucen como ovnis, como extraterrestres, como estrellas...


Lagerfeld repasa -y examina- las tribulaciones de la mujer moderna que pasan desde el primer canotier pequeño, delicado, áspero de Coco Chanel hasta las mangas acuchilladas que permiten libertad de movimientos que también inventó Coco y las proporciones algo deformadas que estilizan la figura de forma extrañamente masculina. El Kaiser continúa con su oda a la modernidad paradójica con las botas a lo "mod" de Courreges, y prosigue con modelos para la noche basados en el cielo y en las aspiraciones.


Lentejuelas y plumas, brocados y bordados e incrustaciones rescatan el lado más artesanal de la Costura que Chanel siempre pone en práctica con un vocabulario preciosista y casi bizantino que se combina con la modernidad de cortes audaces sacados de la mente de Mary Quant y de tejidos ideados pensando en la revolución tricot de Missoni, en la locura de Biba y en la Inglaterra que veía a los Beatles melenudos y se sacudía el polvo del papel pintado de las paredes para convertirlo todo en un puff de plástico, psicodelia y pop.


A cambio, Lagerfeld imagina una mujer que, aparte de su carrera profesional, de su liberación y poder -que pisa con los pies en la tierra y fuerte- también tiene unas inclinaciones más dulces, más tranquilas, más espirituales quizás. Recuerda los viejos bailes, los antiguos esplendores, las veladas y los maitines y sueña con la vida y con el miedo a Dios y con la poesía sin ser cursi ni prosaica. A sus serios trajes de chaqueta los ha añadido brillo; a las prácticas botas, transparencias que erotizan su figura; al conjunto de cóctel, plumas que convierten su cuerpo en el de un ave del paraíso; al consabido petite robe noire, riqueza en el tejido y volantes; al aburrido gris oscuro, destellos; a los cortes rectos y opresivos del invierno, escotes sugerentes y provocativos; a los abrigos que protegen del frío y la niebla los tapiza de perlas negras, de estrellas de plata, de ríos de luna y a las cremalleras, una ristra de lentejuelas negras que convierten la espalda, la cadera y las costuras en un esqueleto externo que envuelve a la mujer como un gusano de seda hasta que se haga mariposa.

Porque la meta del desfile, de la contemporaneidad, de la antiguedad, es, al fin y al cabo: la belleza. las siluetas desconcertantes, las melenas que se convierten en enjambres de seda, las máscaras que ocultan nuestro verdadero rostro, los opresivos abrigos cerrados de cuello a pies que envuelven como una crisálida a la mujer de Chanel dan paso a transparencias, tejidos que fluctúan bajo las luces, que se deshacen como si fueran de agua, a flores en el pelo, las mangas largas y los escotes cerrados se rompen y pasan a ser plumas de cisne que acarician las dulces mieles femeninas y que reclaman amor y caricias para esas sirenas... que buscan un marinero para casar bajo la potestad del capitán porque, amigos, el vestido blanco y la sonrisa, ya los tienen.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Lagerfekd es un genio pero a mi me ha encantado tu cronica.

Es preciosa....