Estoy algo sorprendida. Prada continúa su estela de los 60s, ha dado una vuelta de tuerca: ahora son más jóvenes, más ingenuas, saben menos del sexo y de las curvas pero siguen teniendo sus secretos aunque más a la vista. Avisan, "ten cuidado, me muevo como una serpiente". Susurran "soy y no soy, escucha mi siseo y caerás en la tentación". Comentan, al fin y al cabo, "recuerda quién dio a Eva la manzana del pecado". Sí, la serpiente.
Tras la II Guerra Mundial, Dior se encargó de alargar las faldas, convertir a las mujeres en un objeto, decorar sus labios con el rojo fértil y sus caderas con el volumen de las flores de su jardín de la Normandía de antaño. La pasada colección de invierno era muy yankie, recordaba en exceso aquel sueño de la valla blanca, los tres niños, el coche de color encarnado y aquella generación que amenazaba y pugnaba por salir en un ambiente opresivo, donde la clase media dejaba de identificarse con la blonda y el honor para ir reduciendo la lencería femenina hasta que... se esfumase.
Antes, mucho antes, del mayo del 68 francés, en Estados Unidos ya estaba en marcha la segunda ola del feminismo que proclamaba por la liberación de la mujer más allá del voto conseguido en aquella ya muy lejana guerra y en Londres, my God !save the queen!. Pronto los mods arrasarían todo el terreno, y ese, amigos, es precisamente el momento en el que Prada se pone.
Casi -casi- puedo entreleer las palabras de otro Evangelio que dice "amigos míos, sé que no os va a gustar lo que os digo pero tengoque decirlo, hay que derribar todo lo que se tambalea".
Y eso hace Miuccia Prada, llega justo en el momento de exhalación terrible de la ola que, de lejos, parece calmada. Llega en el momento en el que el tacón de aguja se cambia por la febril plataforma, la falda se cambia por el pantalón, el decoro se cambia por la exhibición, el sexo restallante se cambia por los palitos de fresno y la tortura... se cambia por la exhibición.
Las vírgenes ya no se presuponen, aunque nada invalida la lógica de que al frío un buen abrigo y al pecado, el ser alcanzado. Es posible que ellas sean las hijas mayores de sus anteriores mujeres o quízás las hermanas menoras, más frívolas, más díscolas, más alocadas, más febriles, más guays.
Sí, señores. Ahí está la clave ser guay. Antes era una cuestión de apariencia, elegancia, posición, status, cuenta bancaria, inteligencia, frialdad, piedad y honor. Ahora, amigos, es una cuestión de colegueo, de tragos largos, de conciertos de rock, del fin de unos tabúes para encontrar otros tabúes, de alcohol, sexo, drogas y rock and roll. Quedan muy lejos las ciejas utopías de la Ciudad de Dios. De eso, tan sólo queda la ciudad.
Aunque, claro está, "aunque la mona se vista de seda, mona se queda". Por que, ¿no es al final la novia blanca y bella? En paso seguro, pero en otros zapatos.
2 comentarios:
Me gusta mucho tu forma de narrar holly, me tienes como fiel seguidora ya!!
XC Muchas gracias.
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