De nuevo. Otro número de UMNO. Y yo hablo de bolsos, sí. Cuando Diana Vreeland apareció en Bazaar, el primer día, se le ocurrió decir en alto que, como encontraba los bolsos feos, lo que podían hacer era no sacar ningún bolso en el mundo y proponer a las mujeres que hiciesen como los hombres y utilizasen sus vestidos.
Warhol, en sus pensamietnos íntimos, pensaba que los bolsos eran feos. Que las chicas, por muy bonitas que fueran, quedaban ridículas con esas cosas colgando y los hippies decidieron que nadie que fuera alguien dentro de su comunidad, llevaba bolso. Pero a Diana Vreeland, como a los otros, la verdad les dio de frente.
El bolso es no sólo el complemento más vendido, mucho más que zapatos y gafas de sol, el que más viste, el que más reluce, el que menos se desgasta y el que se lleva todo el tiempo independientemente de la temperatura, del ánimo o del lugar al que se vaya. Es necesario, una característica que brilla por su ausencia en el mundo de la moda.
Valentino piensa que el bolso es lo único que te puede hacer parecer una mariposa cuando en tu vida real eres una polilla porque tiene algo fascinante. Brilla, es pequeño, apenas cabe nada, pero todas las miradas se posan en él. Los bolsos de fiesta son el colmo de la frivolidad.
En los siglos XVII y XVIII recibieron el nombre de ridículos por su escasa utilidad. Las mujeres, hubo un tiempo, en el que se avergonzaban de sus bolsos pues eran bolsas de costura -feas- que no se podían mostrar en los lugares elegantes. Luego, aprendieron a cargar con sus cosas al marido, al criado o a quien fuese porque una mujer con las manos llenas era, más que sospechoso.
Luego, las novias en sus lunas de miel llevaban bolsos con caras de porcelana en la que los pintores dibujaban lo más célebre de su recorrido por Europa: Notre Dame, la Torre de Pisa, San Pedro el Vaticano o la costa española del norte, eminentemente, el País Vasco. Y los hombres encontraban aquella obsesión algo ridícula.
¿Para qué sirve lo que no sirve y porqué es tan caro?
Es una buena pregunta, supongo.
Quizás la clave sea esa, convertirse de polilla en mariposa.
Y eso tiene un precio.
Más y más en Umno.
Luego, las novias en sus lunas de miel llevaban bolsos con caras de porcelana en la que los pintores dibujaban lo más célebre de su recorrido por Europa: Notre Dame, la Torre de Pisa, San Pedro el Vaticano o la costa española del norte, eminentemente, el País Vasco. Y los hombres encontraban aquella obsesión algo ridícula.
¿Para qué sirve lo que no sirve y porqué es tan caro?
Es una buena pregunta, supongo.
Quizás la clave sea esa, convertirse de polilla en mariposa.
Y eso tiene un precio.
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6 comentarios:
crearnos una necesidad de algo q no necesitamos es la base de nuestro sistema. Es lo q tiene ser de una sociedad consumista.
pues yo necesito mis bolsacos¡¡¡¡ no podría vivir sin ellos
Mqr. Suscribo lo dicho. Un beso
Andy. Yo uso poco los bolsos. La verdad. Pero tengo bastantes. Ay. Un beso
El interior de un bolso refleja la personalidad de una mujer, su vida y un breve resumen de su yo interior.
XXX
Yo soy de las adictas "al bolso", e igual que los catadores, los huelo, los acaricio, los observo a contraluz, calibro su peso, juego con sus posibilidades. Mis bolsos hablan más de mi que ninguna otra cosa, y ... no puedo entender a las que eligen cualquier cosa fea, a las que se cuelgan marcas sin más, en fin... adicta.
Pau. Completamente cierto. Freud lo llamaba útero. Un beso
Carolina. Muy bonito el comentario. Un beso
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