La vanidad nos amenaza desde que aparecemos por casualidad en este plano de la existencia. Nos asalta en el último momento en el que la esperamos y siempre está al acecho, agazapada, mirándonos con ojos tiernos o violentos y adulándonos para luego asesinarnos por la espalda. Nos acompaña sigilosa pero omnipresente y notamos su designio al mirar con ojos inocentes al brillo que devuelve el espejo. Y notamos sus censura en las miradas restrictivas de los Torquemada voluntarios que nos salen al pasar. Ni siquiera en la vejez nos deja reposar; vendría ad hoc el dicho castellano de !a más vieja, más pelleja! para hablar de la maldita vanidad que nos trae locos desde la primigenia sociedad, castrante o maravillosa, donde el cielo aún era azul y se rendía culto al fuego. Sería el momento de pensar que nadie escapa del inexorable peso social de la cultura del cánon estético. Linchamos al photoshop y nos hinchamos de botox, maltratamos nuestro cuerpo y luego lo cuidamos como un templo. Lo vapuleamos bajo el ritmo y la presión de una bomba de relojería con contrarreloj y fecha de caducidad a la que estamos atados y que va arañando de nuestra confianza pedazos distinguidos, antiguas glorias y perturbadoras coqueterías. Seguimos siendo jóvenes aunque sepamos que somos un interludio entre polvo. Y, aún así, nos seguimos preocupando aunque sabemos que arrieros somos y en el camino nos encontraremos.
Como siempre, una cosa es predicar y otra dar trigo y o nos paran, o nos perdemos. Recuerdo ahora aquellos versos de Quevedo que decían que bajo la piel se veía la calavera demudada de aquel hombre que, en ese momento, era más hueso que carne y más olvido que recuerdo. Recuerdo ahora aquella imagen de nuestros pobres huesos transformándose en polvo, recuerdo en este instante al San Francisco de Zurbarán con ese gesto aún piadoso y terrible que nos deja el enfrentarnos a la muerte, recuerdo la rodilla hundida en tierra con sus pómulos y facciones bajo el paso de la edad. Recuerdo esas obras que tenían en derrerdor las bóvedas espesas del maestro de cartujos, el pintor de beatitud sencilla y del blanco del mismo color que el hueso. Recuerdo la monotonía de las losas sigilosas, del rosario apenas tendido sobre el manto, de los labios recorriendo las mismas oraciones y las manos dando paso cuenta a cuenta a cada segundo de la vida cuyo fin, como el de los ríos, es el morir. Recuerdo cómo al lado de los hombres del pintor, ante aquellos frailes sorprendidos, entre aquellos beatos rezando ante San Buenaventura, que se ve que morimos cada día un poco, que cada día es una pequeña muerte, que el pasar del tiempo barroco en las esferas del reloj grabado entre gotas de rubíes y engranajes suizos nos sigue recordando que la existencia es breve, que el tiempo apremia, que no tenemos momento para las demoras azuzadas por la insaciable vanidad que nos agota. Recuerdo cómo, ante aquellos hombres muertos vivientes, la muerte se veía como algo liberador.
"para tratarlo así ¿qué ha hecho vuestro cuerpo?."
Qué envidia la de los monjes zurbaranescos, viven deseando una muerte que aún no llega y se consuelan viendo las horas pasar, las cuentas caer, el ángelus sonar. Veo ahora a mis mujeres. Antaño mujeres, hoy momias. Momias selectas de la alta sociedad con pase al Más Allá con el Libro de los Muertos y un gran collar. Viven de cara con la muerte y no pueden mirarla, saben que el horror más grande es la cara de la muerte y que el amor más grande es el de una madre y el de un diamante. Las veo discutir sobre su aspecto. No se muy bien qué dirán pero entreleo vanidad en sus cerebros, las veo adulándose la una a la otra esperando su turno de cumplidos fingidos, las veo recordar tiempos mejores que, en realidad, no sé si fueron mejores, las veo entrecerrar los ojos porque "ojos que no ven, corazón que no siente". Veo sus triquiñuelas que pretenden engañar al espejo, aquí un adorno, aquí un comentario viperino, aquí un retoquito, aquí un arreglito. Las oigo tintinear el espejo por el mal pulso y aún pensar -vanidosas ellas- que "no están tan mal". Las veo también mirar con envidia obscena a las alegres quinceañeras que otrora fueron. Las oigo chismorrear con jaleo y malicia, con términos de inmundicia y con garras afiladas a base de años y malvivir.
Las veo, cobardes, taimadas, esperando lograr una revancha para con la muerte. Las veo temerosas del final inexorable que todos tenemos que temer. Las veo y las imagino. Las veo y las temo. Las veo y las comprendo. Las entiendo y pienso otra vez en Zurbarán. Veo a sus hombres entregados a la vida por conseguir la muerte y anhelo esa piedad, esa resignación cristiana humilde pero tremendamente digna que se inclina de rodillas pero no doblega la cabeza ante el altar, y entonces pienso... Pienso en que es un duelo a muerte nuestra batalla con la vanidad. Pienso en que es una cruel consejera, una arpía, un súcubo femenino que chupa cualquier resto de humanidad. Y pienso en qué absurdo es enfrentarse a la muerte y qué humano es luchar en batallas perdidas, en causas fracasadas de antemano que acabarán con una sentencia de muerte sin un par de botas extra para el verdugo.
Pienso ahora en Goya, en los Dos Viejos Comiendo Sopas, en el expresionismo pictórico. Veo la mandíbula retrotraída, desdentada, afectada por los estragos del tiempo. Los miro y los comprendo. Son mis mujeres también. Pero de otra manera. Son más auténticos y menos histéricos aunque siguen siendo histriónicos. Pienso sobre todo en Saturno devorando a sus hijos, veo a un hombre desesperado y loco, furibundo, patético, loco. Veo a un cuerpo muerto, inerte del que desconozco si alguna vez estuvo vivo o sólo trato de esquivar la muerte y ante tanto horror, ante tanta depravación, ante tanta muerte, me acuerdo de mis viejas diosas.
Temen a acumular arrugas sobre su rostro y polvo sobre sus huesos, temen acumular miedos y sobresaltos en sus corazones huecos. Temen perder las cosas y no saben que no haciendo es como perdemos. Y recuerdo, recuerdo las antiguas divagaciones sobre lo efímero de la vida humana.
Entreveo aquella frase de Nieztsche que ya decía... "hermanos míos, siento si os molesta pero lo tengo que decir. Hay que derribar todo lo que se tambalea".
Y me acuerdo de nuestros cuerpos, enjutos, marchitos y encorvados, totalmente convencidos de que quizás puedan ganar la lucha contra el tiempo. Y pienso en que esto no es una indignidad. Pienso en la losa sedienta de sangre y podredumbre de la sepultura y pienso en las rosas rojas consumiéndose durante el funeral, pienso también en que nadie es capaz de apagar la luz de una pequeña vela que reluce en la oscuridad y pienso que si la vida es un relámpago entre dos oscuridades, qué hermoso es el relámpago que hace suyo el cielo con su estallido y su recorrido y pienso una vez más que la vanidad vende patrañas pero que ¿quién limita el mundo de los sueños? y que a ver quién tira la primera piedra.
Me recuerdo a mi misma hablando sobre la belleza muchas veces, dialogando o ensimismada, muy perdida y muy lejana del epicentro de la realidad. Y recuerdo más cosas, muchas más cosas, viejas historias y antiguas sinfonías y, recuerdo muy lúcidamente cuando aquel extraño que empezaba a ser conocido me contó algunas cosas.
Recuerdo que me contó que la belleza era una propiedad de las cosas que hace amarlas, infundiendo un deleite espiritual. Que la belleza como tal, existió en lo que se denominaba “naturaleza” pero también en las obras literarias y artísticas, y quizá incluso en otras. Que, en Occidente, y a partir de las antiguas culturas mediterráneas el concepto de belleza era un ideal, como todos los conceptos, cosa que no concordaba, sin embargo, con el concepto de belleza que se encuentra en otras culturas. Una de las cosas particulares que parecía poseer el arte occidental es la de situar como objeto (que no como sujeto) la belleza de la mujer, algo que quizá se derivaba de antiguos cultos neolíticos de fecundidad y fertilidad como fuente de progreso, por el hecho de que el progreso se asimilaba a la simple ampliación del grupo, al igual que una cosecha grande es mejor que una pequeña, por excelente que fuera la segunda.
Él sostenía que también una “belleza” se constituía en una mujer notable por su hermosura “estética” pero lo cierto es que como bien se sabe, el arte depende de un canon, y de ese canon que se aplica sale lo bello y lo feo. Pero la belleza en sí es la que se produce de modo cabal y conforme a los principios estéticos, y eso puede ocurrir bien por imitación o bien por intuición del espíritu. A partir de Platón y de los que le siguieron, el ideal de belleza seguía unos principios basados en prototipos, modelos o ejemplares de belleza, que sirvió de norma para artistas y para los demás como guía en sus creaciones, o incluso en sus comportamientos. Pero esa belleza no estaba ahí, en ningún punto del territorio de la realidad, ya que la realidad nunca fue canónica, de modo que el gentío siempre tendió hacia modelos que no existen ni existieron, quedándose solamente en los modos de la apariencia. Esas imágenes faústicas de sabor goyesco que ella le presentaba venían a confirmar la suspicacia de situarse en el lugar donde uno nunca puede estar y se amparaban en el fenómeno de la decrepitud como excusa. Lo cierto –dijo él - es que, sin embargo, nadie puede estar en esas representaciones, pues tampoco nadie está a la altura de los modelos que imita, ni siquiera los propios modelos que posan, pues parecía que la belleza era solamente un artefacto del pensamiento.
Recuerdo que me sorprendió el comentario y el razonamiento. Me acordé entonces de la magnificencia femenina antigua. Esa antiguedad que se remontaba al sustrato mediterráneo y a las deidades primigenias, la Isis egipcia diosa de la magia y madre de todos los seres; la Gran Madre de todas las culturas que reposaba en el suelo antes de ser destronada por el cielo. Generadora de vida y otrora dadora de muerte, poco tenía que ver con la civilización occidental. Le dije a él "no se puede contemplar la adoración femenina como occidental sino, más bien, como helenística a posteriori o como preindoeuropea."
Al fin y al cabo, los pueblos indoeuropeos, sustituyeron a las viejas divinidades telúricas que ahondaban sus garras en la tierra roja y reclamaban la sangre de los hijos que alumbraban, por nuevas divinidades celestes. La tierra fue remplazada por el cielo y el reinado absolutista, tan tierno como cruel, cambió hasta convertirse en un reinado celeste -uránico- con el Pater Deus a la cabeza de la pirámide. Llegó Urano y su manto de estrellas cubrió a la tierra, llegó Chrono y acabó con la virilidad de Urano, llegó Zeus y acabó con el tiempo devorador de hijos cual madre pero cruel pues él les mataba por poder y no por contemplación amorosa pero severa que siempre contempla el influjo femenino. Y, por mucho que la tríada capitolina romana contuviera a la siempre cabal Atenea -Minerva- y a la fértil Juno (de influencia etrusca mis queridas diosas, claro) se decía en la sociedad -muy machista- romana !Vale más un Júpiter que dos diosas!.
Se entrevé aquí el desplazamiento de lo femenino a lo oscuro y ctónico, a la muerte incluso, al Hades o al Tártaro donde ya reposan los que fueron sustituídos por la influencia del cielo. En Grecia, será el cuerpo hermoso del varón el omnipotente -le argumentaba yo, sin saber, qué pensaba de lo que le decía, si sonreiría con una mueca satisfecha o si pensaría que las viejas diosas nunca mueren-. El cuerpo del magnífico Apolo, sin amaneramientos pavorosos, ni siquiera necesitado de una dimensión hercúlea. El cuerpo equilibrado del dios de la luz, del dios lejano, del dios del arco y el nuevo orden, del dios que es hijo y padre y espíritu pero sin amor divino de por medio. Es el cuerpo varonil, nada afectado, pero cargado de aura, de estatismo digno pero no pétreo, y revosante de energía que entrelaza su dinamismo con una calma sosegada y nada vanidosa. Hice de Apolo en el frontón del templo de Olimpia, un alter ego, una concesión de esta vanidosa, y concedí mi simpatía por retrotraernos a la prehistoria dadora de vida y de amor. Aunque, claro, no hay juez sin prerrogativa y no hay juicio sin contendientes y le dije, "si bien es cierto que la belleza es propia del pensamiento, ¿dónde queda la belleza objetiva?". Que, al menos para mí, existía.
Él me contestó entonces, me le imaginé haciendo un gesto con las manos y diciendo "ah, está bien está bien, una concesión daremos... ". Dijo: "Acepto la corrección, ya que cuando me refería la cultura occidental estaba más bien pensando en sus orígenes y desde luego poco que ver con el severo correctivo dorio que supuso seis siglos de oscuridad mucho antes de que el propio cristianismo a su vez los produjera. El patriarcalismo hurta una parte importante de la belleza, al hurtar una parte importante de la realidad. Otra cuestión son los griegos en época clásica, que vuelven a recuperar las mitologías venéreas más antiguas, junto a las de prosapia masculina, simbolizadas en el Zeus padre y en el joven Apolo, situando como eje al personaje ambidextro (y posiblemente algo hermafrodita) de Atenea. Creo que esa cuatríada es la que dota la helenismo de un carácter plurisexual, que ciertamente ha asombrado (o asombró) a la Europa moderna, y desde luego a todo el género pacato a lo largo de la historia reciente. Pero el arte griego clásico, como luego lo hará el del Renacimiento, posee cánones masculinos y femeninos en paridad categórica, calmos o menos calmos en función de cada artista, y quizá de la época, algo que a ti te interesa especialmente. La cuestión de la lascivia es otra, y yo no creo que esté en una proporción directa al contenido del arte, que es en sí bastante abstracto, o incluso mitológico, en esos tiempos (¿y en los nuestros?). "
Me hizo otra concesión entonces, !ah!, "En lo de la prehistoria y los orígenes también tienes razón: debe ser un vicio particular que he ido adquiriendo, pero que a veces ilumina algo el panorama, pues tampoco creo que las cosas hayan cambiado excesivamente. Y desde luego existe una belleza concreta y perceptible en las manifestaciones, más allá de la belleza como un concepto ideal. De hecho, nos alimentamos de modelos para nuestras especulaciones, tal y como tu haces en tu blog. Esos modelos funcionan de igual modo que el Arte y las artes. Es probable también que el Arte haya muerto, o sea ya solamente un rescoldo, pero las artes están muy vivas y también los modelos. Es posible que quizá solamente vivamos de la emulación, que parece ser la fuente en la que se apoya el conocimiento primero, al igual que ocurre con los niños. "
Yo, ya estaba preparada, esperaba su respuesta. Le hablé de las maravillas de la cultura grecolatina y de sus virtudes. De esa cultura esplendorosa nacida en un contexto muy especial que ha dado al mundo un legado de belleza majestuosa pero sin artificios, inteligente pero poco fria, sensata, equilibrada, tremendamente hermosa. El cánon griego se pierde y se disuelve en su propia cultura pero siempre está ahí como un fantasma omnipresente a lo largo de toda su tradición. De que la Grecia clásica va descorriendo velos de la femineidad a partir de la época clásica y tiene su auge en el helenismo pero hasta ese momento había tenido algunas de las más bellas damas en su haber. Desde las hermosísimas doncellas -la koré- hasta sus diosas entronadas con corceles. De cómo encontrar en la crisis helenística los ecos para la femineidad. Afrodita renace y ya nunca muere, diosa del amor y de lo femenino es al mismo tiempo poderosamente masculina. En su actitud, en su veleidad, en su caprichoso ir y venir y, tremendamente femenina en otras aptitudes. De la Atenea que tiene algo de hermafrodita, si bien puede tenerlo. Haber nacido de la cabeza del padre y ser casta la emparenta con la Artemisa hermana de Apolo que también es casta pero en otro sentido. Artemisa es casta dentro de ese salvajismo primigenio del bosque, la caza, las artes naturales y Atenea es casta en el sentido de que es poco sexual. Es una diosa de la guerra inteligente enmarcada en un henoteísmo latente donde Zeus tiene la potestad en todo momento. De hecho, Atenea es la encargada de acabar con las viejas divinidades telúricas y dar paso a las divinidades del Olimpo resplandeciente de Zeus que son muy humanas y que no aman a la sangre ni se entregan a la muerte y a la vida que son lo mismo con ese ardor prometeico.
Del nuevo orden pues, masculino sobre femenino y nuevo sobre viejo. Del juicio le conté que las mujeres le preguntan al matricida en la tragedia griega sobre cómo ha roto el orden natural y ha matado a su madre. En este acto, el actor de tan cruel delito ha sido inspirado por Apolo que le ha llevado a amtar a su madre por ser la culpable del asesinato de su padre compinchada con su amante. Él, culpable, hace comparecer en un tribunal Apolo bajo el que decide Atenea que oficia de juez. Apolo explica que era necesario matarla pero las divinidades telúricas piden sangre por la sangre de madre derramada, su argumento es muy sencillo ¿mataste a tu madre? Sí, dice él y ellas dicen "el resto es accesorio, debe pagar". En este momento, Atenea intercede. Acepta la muerte de la madre como pago de otra muerte y él se libra pero sólo porque Atenea cambia el juego y pasa de la vieja madre amorosa y cruel como las osas que piden honra y honor al de los humanos muy humanos dioses. Qué maravilla de Grecia. " Le canté pues, los esplendores de las delicias griegas.
28 comentarios:
En colaboración con Variopaint a quien pertenece su parte del diálogo, claro.
Y, sí, este es bien largo.
confieso que no lo he leido del todo entero por falta de tiempo, pero..
hace reflexionar y mucho
y volveré a leerlo, no he podido despegar los ojos desde la primera frase. es posible que sea la primera vez que me diga a mí misma: 'sí, debiste prestar más atención..., pero si es fascinante..., abre las puertas de la mente -que es la puerta principal, junto con la del corazón!-'. seguro que sabes a qué me refiero. cómo abre las puertas... y se ve más claro. debí prestar más atención. pero variopaint, holly: en mi modestísima opinión: habéis escrito una llave.
las vanidades holly, cuando dices algo así como que pararse es morir un poco (mejor dicho y no exactamente así), sabes? ayuda. supongo que ese 'no parar' que sentimos y vivimos todos es fuente de vida y significa que se está vivo -aún-.
las vanidades... como el ego. mejor reconocerse a uno mismo de qué pie cogea la propia, reirle un poco porque es muuuuuy ¿capulla?. y frente a una nueva arruga, rezar para ver en el espejo muchas más.
muy largo y se hace corto, :)
corto.cambio y cierro.
XX!
no sé qué ha pasado... acabo de comentar...
sé qué ponía pero... que también era un comment largo! sobre la vanidad, el ego, las arrugas (cuantas más mejor!, ya sabes que sólo significan más días) que la vanidad es muy 'capulla' (de eso me acuerdo porque nunca o casi nunca utilizo este tipo de términos por escrito. que me atrapó el post desde la primera frase al fin, que se me hizo corto! que holly, no haber prestado más atención en clase -ya sabes-: abre las puertas de la mente y el corazón (por cuánto tiempo tenía yo pensado no reconocerlo?)... que este post es una 'llave'...
el comment iba para ambos, variopaint y tú.
porqué 'blogger tiene vida propia'?
(y la frase es tuya, no mía)
un XX! y un saludo a variopaint.
un regalo de post.
pero qué le pasa a blogger???? ay.....
otro...XX!
Te desquitaste Holly...
Amanda. Gracias. Pásate cuando quieras. Un beso
Hummingbird. Me adelanto a Variopaint y te agradezco tu comment. ;) No te digo lo que me odia blogger porque es de chiste. Un beso
Hummingbird 2. Ok. Don´t worry and be happy. Un beso
Hummingbird 3 -modo no me da la vida-. Tranquila. Un beso
Anónimo. Y tanto. Un beso
guauuuuuuuuu
me ha encantado holly
Anónimo. Gracias
Me he quedado son palabras ;)
XXX
Ha merecido la pena esperar!
Magnífico! Impresionante! Genial!
Me parece muy grave que Víctor Blanco se esté planteando publicar un libro y que tu no tengas todavía tu propia editorial. Chapeau por tí y tu colaborador.
Me parecía una pena no decir nada, pero realmente has puesto el listón tan alto que hasta me da corte.
El pensamiento no es que es más que un leve suspiro en la inmensidad del tiempo.
Mi más sincera enhorabuena Holly.
XXX
No sabes como celebro el grandioso éxito de este post...
Bss.
Pau. Gracias. Gracias dobles. Un beso
Anónimo. Siempre merece la pena. Un beso
Efe. Eso mismo pienso yo. :) De todas formas, cada uno sabe. Dios proveerá. Un beso y gracias.
M. Monis. Un beso
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ANónimo. Thanks.
Holly simplemente me quito el sombrero ante este post,como peudes unir en un mismo post las mas bellas obras de arte, losm ejores pintores y escultores,como pueden unirse Zurbaran con Lisipo y asu vez con Goya y Valdés Leal,y Da vinci con las deidades prehistoricas, que quede bien y que encima el texto haga reflexionar, desde mi mas tierna juventud(que son 18 añicos) no puedo si no ver y desear fervientemente ser algun dia capaz de llegar a este grado de abstraccion y conocimiento, de nuevo Enhorabuena Holly
LLevaba días sin visitarte y voy a llegar tarde a trabajar porque me resulta imposible dejar de leer. Resultan super interesantes tus post y los comentarios. Qué enganche. Y tengo que reconocerte que este último voy a tener que volver a leerlo, me cuesta seguiros, necesito más tiempo (para llegar a entender lo que quieres decir), por lo tanto no opino. Sólo, que me parece una pasada eso de que más vale un Júpiter que dos Diosas.
Aunque me cueste me encanta como escribes.
Besos desde Estella.
Señor Don. Muchas gracias. Es un verdadero placer leer tu comentario. Un beso
Isabel. Gracias. Leelo lo que haga falta que no es la cantidad sino la calidad. Un beso
Has puesto algunas de mis obras favoritas de siempre (San Francisco en meditación de Zurbarán, Godiva de Collier, los dos pinturas negras de Goya y la Venus de Willendorff). Te confieso que me da pereza leerme el texto, es muy largo y estoy vaguna, pero las fotos como siempre no podían ser mejores. Un saludo :)
Elena. Haz lo que quieras que para eso estamos. Un beso :) Feliz puente
Madre mía Holly, que te puedo decir? que a cada post te vas superando si cabe. Y que después de leer todas estas palabras me da hasta miedo abrir la boca (o escribir en este caso) que las comparaciones son odiosas...
pero si con algo me quedo tras leerte, es con unas ganas inmensas de disfrutar el HOY.
Un beso!
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Manuel
Manuel. Lo mismo digo. ¿Qué tal todo? Un beso
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