El Ángel Herido

Es ésta la imagen que define a Natalia Vodianova. No hay otra. Sólo es ésta. Ésta es la única que ha captado su alma en una imagen, la única que apresa su mirada y el poder de su belleza. La única que deja contemplar la fiereza de su efigie y el animal que se encuentra bajo sus facciones.

Las suyas, la han catalogado siempre como demasiadas cosas como para ser verdad, han sido vendidas como facciones de niña, de ángel, de adolescente, de bebé. De ingenua candidez, de ángel, de hada, de princesa rusa y de Cenicienta. La cuestión era etiquetarla.

Pero lo cierto es que se puede ver, claramente, cuán equivocadas son esas descripciones. Ni es un alma inocente, ni es una mente sucia, ni es ingenua, ni es rebelde. No es sensual, ni sexual y lo es. Ni es cariñosa, ni coqueta, ni exagerada, narcisista, egocéntrica, pretenciosa, frágil, fuerte, meliflua, clásica, moderna, conceptual, victoriana, salvaje. Es todo eso y no lo es.

Natalia Vodianova es un ángel herido. Una fiera que late y se lame sus heridas, una salvaje mirando al objetivo de una cámara como si la fuera a arrebatar el alma -como creían algunas tribus- y un ángel caído, herido, con llagas, incrédulo y enamorada de los hijos de los hombres. Una loba. Una fiera. Una mujer.