jueves, febrero 27, 2014

Primavera Verano








En 2005, se ve que todavía no completamente mediatizado, Mario Testino hacía fotos bonitas y con un algo especial. Soy de la opinión de Helmut Newton, que odiaba los fondos blancos porque decía que la vida no transcurre delante de un fondo blanco, así que ver editoriales ambientados en lugares paradisíacos o encantadores, me chifla. Además, está protagonizado por Gemma Ward, una chica que despuntó en las pasarelas y en editoriales de moda y que, pese a tener un cuerpo con formas poco armónicas, creo que tenía un rostro con mucho potencial. Tenía la cara, como dice Guillermo de Baskerville de uno de los frailes en El nombre de la rosa, con forma de luna. Y, a veces, según el ángulo en que la fotografiasen, parecía una niña de otro planeta. Además, sale la versión extrema del crop top, casi un sujetador sólo, de lo que hablaba yo el otro día. 

Me encanta lo de primavera verano. Como concepto, digo. Y este editorial me parece que identifica muy bien lo que es eso. Ni el calor agobiante ni el viento de mayo. 

martes, febrero 25, 2014

Subirse A Unas Langostas



Seguro que los expertos en arte contemporáneo están muy en desacuerdo conmigo pero en la obra de Andy Warhol yo siempre encuentro algo surrealista. No digo que sea Buñuel ni tampoco que sea Dalí pero hay algo que a mí me remite a ese ámbito imposible de conocer lo que ocurre realmente en la realidad. 

No parece muy real lo de subirse a unas langostas pero... ¿no son esas sandalias el equivalente de las langostas? Si tienen el mismo color y las cintas son idénticas a los bigotes. Si tuviera ambas en mi habitación, no estoy muy segura de si, a media luz, no saldría yo con unas langostas en los pies. Como Jack Sparrow con aquellas tortugas o... Bueno, éstas eran las langostas que me faltaban.  

jueves, febrero 20, 2014

Viejas Chicas, Nuevas Tendencias









Hay que hablar de las zonas erógenas para entender la moda. En los años veinte apareció una nueva zona: la espalda, que hasta entonces había ido cubierta. Así funciona el deseo, por épocas. Los caballeros que poblaban los países anglosajones en la época victoriana se morían por atisbar un poco de tobillo de las jóvenes Escarlatas O´Hara y, actualmente, hay un montón de fetichismos relacionados con el pelo como los de los países musulmanes. Si los hombres encuentran erótico el pelo de la mujer es porque se les oculta, en cierta forma, pero también lo encuentran erótico porque se les muestra (como la desnudez aunque, por lo general, todo el mundo está mejor vestido).

En los años 60 algunas chicas dejaban, nada más ver películas como Grease, el ombligo un poco al aire con algunas blusitas recogidas en el vientre. Pero ahora esta tendencia tan noventera, vuelve. Personalmente, la cosa no me acaba de convencer. No sólo porque la barriga suele ser el punto flojo de casi todos los cuerpos (abdominales, abdominales) sino porque es poco formal. El escote, por cierto, en Japón hasta que no empezaron a llegar marineros en el siglo XX no se consideraba el pecho de la mujer como algo erótico sino que era algo natural, que daba alimento a los bebés, puede ser pronunciado pero elegante. En cambio, aunque el ombligo es menos revelador que el pecho, no es tan formal.

Algo así debió ocurrir con lo del bikini. Un trocito de tela en el estómago no revelaba ni ocultaba tanto más que el traje de baño completo pero es algo psicológico: no estamos acostumbrados. Y no se puede ir a trabajar con el ombligo al aire. Pero todos los diseñadores, y Zara mediante, insisten este verano, este invierno ya aparecían, y en las siguientes colecciones, en los crop tops que dejan el ombligo al aire. La verdad es que los encuentro un poco absurdos pero también me gustan. Creo que no son favorecedores a menos que se tenga un tipo extraordinario y que tienen un alto grado de imponibilidad, pero...

Somos así de idiotas -me incluyo- porque la moda no tiene que ver con lo racional sino con el deseo. Y el deseo tiene que ver con lo irracional, como el amor. En la Francia de María de Médicis y posteriormente, hasta fines del XVIII, los escotes de las nobles eran tan pronunciados que dejaban ver los pezones -que se puso de moda pintar de rojo para que parecieran más deseables, algo así como pintarse los labios o darse colorete que no deja de imitar el aspecto de las mujeres tras el acto sexual- porque mostraban sus pechos en perfectas condiciones ya que no tenían que dar de mamar a sus hijos, tenían amas de cría, y mostraban su clase y el orgullo de su dinero y condición noble a través de, sí, esas tetas perfectas, expuestas como en un mostrador a cualquiera que mirara.

Esto del ombligo es bastante parecido. Las mujeres con un vientre exhibible son mujeres de una clase alta, entendida como personas con posibilidad de cultivar su cuerpo y vestir a la moda. No son madres, el vientre, como los pechos, se resiente al dar a luz (como le dice Mami a Escarlata O´Hara cuando ella le insiste en que le estreche el corsé: señorita, ha tenido usted un hijo, nunca volverá a tener su cintura estrecha como antes) y son jóvenes y sexualmente deseables porque no son la madre o la esposa sino el arquetipo de la joven y la doncella. Y luego dicen que la moda es frívola.

jueves, febrero 13, 2014

Marilyn, Einstein, Capote, Adorables Criaturas


He visto esa frase de Albert Einstein en este genial tumblr sobre frases relacionadas con la moda y me he acordado de esa anécdota tan genial en la que Marilyn Monroe, el día que se le encontró, le propuso casarse con ella. La verdad es que le soltó, así de buenas a primeras: "profesor, deberíamos casarnos y tener un hijo juntos. ¿Se imagina un bebé con mi belleza y su inteligencia?". Einstein, que no debía tener sangre en las venas, rechazó su proposición y respondió, muy serio, "desafortunadamente temo que el experimento salga a la inversa y terminemos con un hijo con mi belleza y su inteligencia". Einstein tenía muy mala baba. Aunque quizá hubiera tenido que aplicarse el cuento en lo referente a la rubia.


Me parece una anécdota graciosa pero también triste. Marilyn Monroe era una mujer bellísima. Pero también era una mujer inteligente. Quizá eso hace que su historia sea más triste aún. Si Marilyn no hubiera sido una mujer tan sensible, quizá podría haber vivido de otra forma. Pero la nostalgia es un juego peligroso y el qué hubiera pasado, no lo es menos. Me gustan las imágenes de Marilyn leyendo, que son muchas. No parece una actriz que posa sino una mujer que lee. Cuando murió, Marilyn tenía una biblioteca con más de 400 libros. Le gustaba James Joyce y Saul Bellow y Sandburg. Pero también amaba la poesía de Heinrich Heine y del clásico americano por excelencia, Walt Whitman. Marilyn se codeó con literatos buena parte de su vida -al menos, de su vida como Marilyn- pues no sólo se casó con Arthur Miller, sino que conoció a Karen Blixen que la admiraba y quería conocerla y que quedó encantada tras quedar con ella (no así con Arthur Miller) y fue íntima amiga de Capote, quizá, tras Nellie Harper Lee, la más amiga de él. De hecho, creo que de Marilyn Monroe es de la única persona de la que Capote nunca habló mal y Capote era una arpía.


Me gustan mucho las anécdotas que cuenta Capote en Música para camaleones sobre ella. Creo que, cuando recoge una definición que hace Miss Collier sobre Marilyn, acierta. Marilyn no es una actriz. Es una maravilla de fotogenia pero no es sólo fotogenia. La tal Miss Collier era una especie de profesora de teatro en Nueva York pero un poco especial porque sólo daba clase a actrices profesionales de gran nivel (fue profesora de Katharine y Audrey Hepburn, de Vivian Leigh y también de Marilyn, poco antes de morir, a quien llamaba "mi problema especial". 


Así, dice: "tiene algo. Es una adorable criatura. No lo digo por lo obvio, tal vez demasiado obvio. No es una actriz, en absoluto, en el sentido tradicional. Lo que ella tiene, esa presencia, esa luminosidad, esa inteligencia deslumbrante, nunca podría salir a relucir en el escenario. Es algo tan frágil, tan sutil, que sólo la cámara puede captarlo. Es como un colibrí en vuelo: sólo la cámara puede congelar su poesía".


Cuando muere Miss Collier, Marilyn y Capote van al funeral. Aunque él casi no la reconoce. Dice: "Ya llevaba más de media hora de retraso. Siempre llegaba tarde, pero pensé que, por una sola vez, podía llegar a horario. ¡Por el amor de Dios! ¡Maldición! De repente llegó, pero no la reconocí hasta que me dijo... 'Querido, perdóname. Pero como ves, me maquillé y luego pensé que no debería ponerme pestañas postizas ni pintarme los labios ni nada, de modo que me lavé la cara, y no sabía qué ponerme...' (Lo que se había puesto finalmente habría sido apropiado para la abadesa de un convento que asiste a una audiencia privada con el Papa. Tenía el pelo totalmente cubierto por un pañuelo de chifón negro, un vestido negro suelto, largo, que parecía prestado, medias de seda negra que opacaban la rubia belleza de sus esbeltas piernas. Seguro que una abadesa no se habría puesto los zapatos de tacos altos, negros y vagamente eróticos, que había elegido, ni las gafas oscuras, de lechuza, que tornaban dramática la palidez de vainilla de su fresca piel.)


Y sigue: "(Marilyn) no cesaba de quitarse los anteojos para enjugar las abundantes lágrimas que brotaban de sus ojos azul grisáceos. Algunas veces la había visto sin maquillaje, pero hoy presentaba una nueva experiencia visual, un rostro que no había observado antes, y al principio no me di cuenta de qué pasaba. ¡Ah! Era por el pañuelo de cabeza. Con el pelo oculto, el cutis sin cosméticos, parecía de doce años, una virgen pubescente recién admitida en un orfelinato, que se lamenta por su suerte. Por fin la ceremonia terminó, y la congregación comenzó a dispersarse". Luego, Marilyn le ruega que esperen a que se vayan todos porque no quiere hablar con la gente: "nunca sé qué decir".


Al final, van a tomar champagne juntos y Truman Capote le sonsaca que se ve con Arthur Miller tras hacerle preguntas Marilyn para saber si él la conoce de verdad. Luego, con Marilyn considerablemente borracha (y, probablemente, puesta de pastillas) van a ver el ferry de Staten Island. Capote dice: "así seguimos hasta la calle South; ya allí, el ferry anclado, la vista de Brooklyn del otro lado, las gaviotas que revoloteaban y se divertían, blancas contra el horizonte marino y el cielo veteado de vellones de nubes, diminutas y frágiles como encaje, pronto tranquilizaron su espíritu. Al bajar del taxi vimos a un hombre que llevaba a un perro chino de una correa. Era un pasajero que se dirigía al ferry. Al pasar junto a él, mi compañera se detuvo a acariciar el perro".



El hombre, según Capote, firme y poco amistoso, le dice a Marilyn: "no debería tocar perros desconocidos. Especialmente a éstos. Podrían morderla". Marilyn responde: "los perros nunca muerden. Sólo los humanos. ¿Cómo se llama?". El diálogo final es tan hermoso que dan ganas de llorar: el hombre dice que el perro se llama "Fu Manchu" y Marilyn se ríe y dice: "oh, como en el cine. Qué amor". El hombre, entonces, pregunta: "usted, ¿cómo se llama?" y ella responde: "¿yo? Marilyn". Entonces, él dice "eso pensé. Mi mujer no me creería. ¿Me puede dar su autógrafo?". Saca una tarjeta y una lapicera y ella escribe, apoyada en su cartera, "que Dios le bendiga. Marilyn Monroe" y le da las gracias. El hombre le dice que no, que gracias a ella y que lo va a contar en la oficina.


Luego, Capote y Marilyn siguen hasta el borde del muelle y escuchan el agua. Marilyn cuenta que ella "solía pedir autógrafos. Todavía lo hago, a veces. El año pasado vi a Clark Gable sentado cerca de mí en Chasen, y le pedí que me firmara la servilleta". Capote escribe: "apoyada contra un poste de amarras, la observé, de perfil: Galatea oteando las distancias no conquistadas. La brisa le esponjaba el pelo. Volvió la cabeza hacia mí con gracia etérea, como si la hiciera girar la brisa". Al final, Marilyn le dice "te dije que si alguna vez te preguntaran cómo era yo, cómo era, en realidad, Marilyn Monroe, ¿cómo contestarías esa pregunta? (Su tono era juguetón, burlón, sin embargo sincero al mismo tiempo: quería una respuesta honesta): Apuesto a que dirías que era una palurda".


Capote no lo duda y asiente. Pero también dice que diría más. Que diría... Entonces, la luz se iba yendo y a él le parece que Marilyn se mezcla con el cielo. Capote dice que: "quería alzar la voz por encima de los gritos de las gaviotas y preguntarle: 'Marilyn, Marilyn, ¿por qué todo tuvo que salir así? ¿Por qué es una mierda esta vida?'”... "Diría que eres una adorable criatura". 



Retomando lo que dijo Einstein... Marilyn debería haber usado las palabras de Lorelai Lee, el personaje que interpretó en Los caballeros las prefieren rubias, cuando habla con el padre de su prometido, que quiere impedir que su hijo, alocado y rico, se case con ella y acaba diciéndole, tras hablar con ella, que le habían dicho que era tonta. Marilyn entonces, fabulosa, replica: "puedo ser inteligente cuando conviene... ¡Pero eso no gusta a los hombres! Excepto a Gus. A él sólo le interesa mi cerebro". Marilyn hubiera sido una gran Holly Golightly y, así, estaría ahora en los prados del cielo.

lunes, febrero 10, 2014

Parejas Ideales







Llega San Valentín y no puede uno menos que pensar que, aunque hortera, es una fiesta encantadora. Yo veo Algo para recordar de Meg Ryan, guapísima, antes de las operaciones, y Tom Hanks en la que hacen un remedo muy digno de Tú y yo, película a la que yo nunca he encontrado el punch por ningún sitio pese a que sale Cary Grant que es como... como... ¡ay, qué cosas me hacen decir -y pensar-! Lo mejor de esa película es que una puede sentirse completamente identificada. En primer lugar porque oigo esos programas de radio de llamadas. Soy así, hay gente para todo y yo estoy en ese nivel. En segundo lugar porque el comportamiento obsesivo compulsivo de Meg Ryan es el de toda soltera actual. Es, digamos, una especie de previa de Bridget Jones pero más guapa, mucho más delgada, y con mejor gusto. Menos mal que, cuando la rodaron, no había ni móviles ni Facebook. Esa sería otra película. Pero sería la misma película. Yo dejo caer la idea. Pueden hacer un remake del remake, algo así como la introducción esa de Armando de Troeye que dice Pérez-Reverte en El tango de la Guardia Vieja que era una broma genial porque no introducía nada. 
En fin. A lo que voy. San Valentín, lo bueno que tiene, es que uno puede ser pasteloso casi por obligación. Lo otro bueno que tiene es que todos los años cae algún regalo y, oigan, si ustedes tienen algo en contra de los regalos, no sé qué hacen leyendo mi blog. ¿Lo han confundido con Greenpeace, con una web de comercio justo o con la web del Partido Comunista? Aquí no hay sombreros hechos por niños panameños ni sandalias elaboradas a mano por mujeres masais o lo que sea. No soy una modelo. No llevo esas cosas. No voy sin maquillar a Ruanda y poso, toda esbelta y en color caqui, sin maquillaje, con camiseta y vaqueros, con las nativas vestidas con trajes de colores y luego digo en mi egoblog que qué belleza de colores, que qué mujeres tan valientes, que qué niños tan felices. Ay.
Pues eso. Mi anécdota favorita de los Jagger (Bianca y Mick, para los no entendidos) es cuando ella se hizo confeccionar, para mujer, un montón de trajes en Savile Row. Pero no es la única, este matrimonio dio grandes momentos en los setenta. Uno es su boda. Bianca de YSL, con pamelón y un escote como el gran cañón del Colorado. Y la otra es cuando se subió en un caballo y entró en Studio 54. Las fotos de Peter Beard tampoco se quedan atrás. 
Sé que ustedes están por encima de las cajas rojas de bombones compradas en el supermercado. Lo sé y les respeto por ello. Amen al amor, por favor. Al amor elegante. Al amor con estilo. Como el de estos dos.