domingo, septiembre 30, 2012

Miss Dior


Las mujeres de la primera colección de pret a porter de Raf Simons para Dior (primavera verano de 2013) se inspiran fuertemente en lo propuesto en su colección de costura de otoño invierno 2012, la primera que diseñó para la marca. Parece que ha escogido un imaginario que le permite, como a Ghesquiére en Balenciaga cuando está inspirado, combinar sus propios códigos y referencias con el universo visual de la casa. Aunque la colección tiene menos que ofrecer y muchos menos alicientes que la HC con la que abrió su era en Dior, lo cierto es que no por ello deja de ser bonita y ponible. A diferencia de las mujeres imposibles de Galliano para Dior, Simons retoma un tema que parecía casi desterrado de la casa que Christian Dior creó al acabar la II Guerra Mundial y ese discurso, precisamente, se centra en la femineidad. 


Tras la muerte de Christian Dior, YSL sucedió al que había sido su maestro. Hizo colecciones muy jóvenes, muy interesantes, con investigación en los volúmenes que aportaron grandes novedades al panorama de la moda del momento y que preconizaban la revolución del pret a porter que pronto Saint Laurent llevaría a cabo en una casa con su propio nombre. Los años de YSL en Dior fueron novedosos y delicados, femeninos también, pero más atrevidos. Cuando fue despedido y Marc Bohan le sustituyó, el británico que se hizo íntimo de Carolina de Mónaco cogió la estela innovadora de Saint Laurent pero se despidió de su delicadeza para sustituirla por estampados pop y por un Dior tan acorde a los tiempos (los setenta que fueron los sesenta míticos, casi los ochenta en su versión cool y no la de los yupies sin alicientes) que la firma fue un férreo objeto de deseo al que aspirar para ser alguien. Tras él llegó Ferré que hizo un buen trabajo en la firma tomando las riendas en los excesivos 80s y en los convulsos 90s y fue cuando Dior se hizo señorial y opulento, todo muy adecuado a la burbuja económica y a la estética de quienes preferían obviar que trabajaban con mucho éxito diseñadores como Narciso Rodríguez, Jil Sander o incluso Donna Karan y Calvin Klein. Cuando apareció Galliano a finales de los 90s, todo Dior saltó por los aires: mendigos, prostitutas inglesas de principios de siglo XX, dragones y kimonos japoneses, mujeres sacadas de los cuadros de Klimt, Vermeer y Goya, Juanas de Arco, esfinges y faraones y raperas llenas de logos que compartían cigarros con creaciones inspiradas en el origami en la historia, Marlene Dietrich y droides futuristas o Mariantonietas. Y también el espíritu de Dior.


Ahora llega Simons y presenta unas mujeres que llevan pantalones sobre todo. Lo que es toda una declaración de intenciones en la casa que reinventó la femineidad de la mujer al acabar la II Guerra Mundial y que convirtió a las dulces y apocadas criaturas bélicas con sus vestiditos escasos de tela con botoncitos y gorros de paja que eran un visto y no visto sobre sus bicicletas en reinas del glamour que tomaban cócteles en el bar del Ritz y que marcaban a su hombre con besos de carmín rojo mientras movían sus caderas en un contoneo que remarcaba lo cónico de sus pechos verbigracia de un corsé. Simons apuesta por una femineidad que hace que algunos piensen en azafatas -asistentes de vuelo- con sus pañuelitos anudados al cuello con gracia mientras se pasean, firmemente, conquistando por el avión. 


Y es que la mujer que Simons propone en Dior no tiene nada de sumisa. Puede que le gusten las flores, puede que le guste mirarse y remirarse en un espejo, puede que le atraigan los zapatos de tacón, las cosas "monas" y vestirse para seducir y para verse favorecida pero, desde luego, no tiene un punto débil. Realmente recuerda al estilo "femenino pero no débil" que ha sido siempre el mantra de Prada aunque, a diferencia de Miuccia que cree que negar el atractivo de la belleza y sustituirlo por una fealdad que aspira a encantadora o graciosa, lo que Simons hace, simple y llanamente, es permitir a las mujeres vivir en un mundo de hoy pero con todas las gracias que se le pueden atribuir históricamente: belleza, elegancia, estilo y sensualidad porque, pueden ser hermosas, pero no por ello estúpidas o sin carácter. 


Tras la serie de azafatitas con sus conjuntos de pantalón negros que anuncian, claramente, que el minimalismo nos vuelve a interesar. Que los 90s en Dior no tienen porqué mirar a los brocados, los peinados exagerados y el maximalismo de Ferré, Simons entra de lleno en lo "mini": las americanas, magníficamente armadas, se besan con las piernas interminables de las chicas y se hacen, algo que no suele aparecer en las firmas de realmente Alta Moda como Chanel: sexies. Pero sexy sin vulgaridad. Las americanas se alargan hasta ser vestidos cortos con cortes que favorecen la silueta natural de la mujer: la cadera al vuelo, la cintura estrecha y el pecho marcado. 


La discreción es una de las claves, un emblema, de lo que Simons propone para Dior. Los accesorios son bastante templados: los bolsos icónicos de la casa, el Miss Dior sobre todo, reinterpretado en todos los colores. Especialmente delicado en tonos coral y blancos que acompaña bien, discreto pero con un "algo" más que marca la diferencia respecto a un bolso b-a-r-a-t-o y también de una piel muy flexible, muy fresca y blanda para lo que, realmente es, una colección de verano. Aparte del pelo apartado del rostro y unos ojos maquillados con algo de teatralidad, los pañuelos cortos al cuello son el único complemento que podría no estar porque, aparte, sólo hay pulseras y collares (metálicos, bastante sencillas) que combinan con los zapatos (que recuerdan un poco a los de LV primavera verano de 2012 diseñador por Marc Jacobs) y algún velo sobre gafas de sol que parece ser el único guiño al pasado que el imaginario de Simons se permite en cuanto a los tocados, siempre discretos y nada excéntricos (y que ya usó en sus colecciones en Jil Sander)


El negro es realmente el color estrella de la obra de Simons en Dior. Hay que esperar bastante y luego, cuando aparecen ya los colores, siempre se vuelve a colar, para que nos deleitemos con algo de color. La apuesta es la iridiscencia y los tornasolados que parecen fascinar al diseñador quizá como fascinaban a la reina Victoria de Inglaterra cuyas joyas favoritas eran las que llevaban ópalos. Lo que realmente interesa de esta arriesgada selección de tejidos es que necesitan ser muy muy caros y muy muy buenos para que algo que cambia de color según la luz, resulte hermoso. No se pueden admitir estos tejidos que cambian al sol (torna-sol) ni que brillan (iridiscentes) si no son de una marca de la más alta calidad porque, el efecto, no es otro que el de madrina de boda de pueblo. Sin embargo, en Dior se confía y Simons da un resultado muy satisfactorio en pasarela que hace que la colección tenga ese toque transgresor que dinamita todas las críticas que acusan a la firma del lujo por excelencia de miserabilismo: no somos azafatas, rey, somos princesas.


Es una colección que gana mucho en movimiento y en detalle lo que, paradójicamente se ha usado como crítica, y que, sin embargo, es la esencia de la calidad y, casi, de la Alta Costura. La verdad es que nos pasa a menudo y es que los prejuicios nos ciegan. Es una colección muy contemporánea y que aporta exclusividad, una baza que todas las marcas deberían tener en cuenta. ¿Por qué íbamos a pagar una blusita de piqué de Louis Vuitton cuando había la misma en Zara en verano de 2012? Bien. La apuesta de Simons en Dior es parecida a la de Tom Ford en su propia marca: Tom Ford, aunque mejor llevada porque esa aspiración a contentar de verdad a sus compradoras y a diferenciarlas de quien no puede permitirse sufragar un Dior, no le impide pasar por los circuitos comerciales de exhibición y disfrutar de la siempre tan necesaria publicidad que asegure el éxito de la colección.


La colección ha sido larga (54 pases) pero no por ello aburrida( al menos, en movimiento porque en foto, sí lo es). Todos echamos de menos los delirios de Galliano y su Dior colosal y terrible que siempre dejaba con la boca abierta (aunque desde 2008 sus colecciones estaban en decadencia) pero esto es el mundo de la moda, no podemos reverenciar para siempre los cadáveres de los que han caído. Precisamente la esencia de la moda es dinamitar lo antiguo, no tener tolerancia con lo que ya no está "in", hacer que lo que ayer era la rabiosa actualidad, hoy sea lo mortalmente aburrido. El Dior de Simons es muy interesante, con muchas posibilidades y completamente desligado del Dior de Galliano al tiempo que respetuoso con los códigos de la casa. Es cierto que esta colección es menos interesante que la de HC otoño invierno de 2012 con la que se estrenó en Dior no hace muchos meses y que, a su vez, son menos Dior que su última colección de Jil Sander que ha sido el preludio de lo que iba a desarrollar en CD desde su estreno, pero -aunque se ha relajado- los pases tornasolados merecen la pena.


Realmente las siluetas no son sorprendentes. Karl Lagerfeld en Chanel ha presentado ya en otros veranos colecciones sobre la iridiscencia (por ejemplo su desfile de temática marina para el verano de 2012 donde cantó Florence Welch) y que ha desarrollado formas (tanto en Alta Costura como en PAP) que hemos visto en este desfile de Simons (vestidos más largos por detrás que por delante, con volúmenes de tul a la cadera para dar movimiento y americanas que se hacen minivestidos y que permiten enseñar pierna y pierna). Pero no sólo Lagerfeld ofreció esas siluetas, los vestidos de noche finales, con faldas acampanadas que acaban a media pierna y que se complementan con un cuerpo muy sencillo están -casi- calcados de la colección de ninfas y mujeres elfo de Prada deverano de 2008 y Armani ofreció iridiscencias en su colección de Alta Costura de invierno de 2011.


Lo que es maravilloso es la tela tornasolada. Hace un par de temporadas, Armani intentó hacer una colección inspirada en el agua y así diseñó prendas que eran sobre todo de color azul. Simons da una vuelta de tuerca a esos convencionalismos y propone algo radical, novedoso y muy muy vistoso y deseable. Sus falditas tornasoladas que brillan con los focos y hacen juegos de luz sinuosos como agua de un estanque que uno se ha puesto por encima son deliciosas. Hacen que la colección parezca excesiva y que, desde la distancia de no estar allí en persona, sean quizá un poco falsas y como envolver a la mujer en papel de celofán como el que Galliano usó para hacer de sus modelos en la HC de verano de 2010 un montón de flores de floristería listas para pedir disculpas o una cita a una mujer. Sin embargo, está muy lejos de ese trazo grueso que podemos imaginar. Son tan livianas, tan etéreas... que parecen hechas para ninfas, para seres feéricos que solo saben peinarse al borde de un estanque de piedra con cepillos de oro. 


Es cierto que no es oro todo lo que reluce y que hay momentos y pases de la colección que son definitivamente un fracaso (sobre todo los tornasolados aplicados en vestidos estampados con rayas que parecen retales desechados de Ágata Ruiz de la Prada) y también parte de los conjuntos "profesionales" en gris, en negro y en marino que se deslizan entre las piezas pensadas para la noche de la colección y que siguen sin llenar el vacío que hay en las firmas francesas que no son Vanessa Bruno o similar para el día. 


Los trajes cortos para la noche son muy atractivos, especialmente los que tienen aplicaciones que los hacen brillar y cambiar a medida que las modelos caminan o las luces los rozan. Es una colección que sin duda trata el movimiento como un tema principal muy presente en todas las creaciones, desde las ideadas para la mañana como, especialmente, las que tienen un marcado acento "nocturno". Así, minivestidos creados con costuras diagonales que dan al tableado gran movilidad, alas traseras de gasa que crean la sensación de que la portadora flota y cortes irregulares que se entrecruzan con las piernas al andar mostrándonos que el vestido que nosotros veíamos rojo es, en realidad, de forro rosa y, así, esa sorpresa, nos saca una sonrisa en los labios.


Los juegos de color amarillo-rosa y rojo-rosa aparecieron en la colección de otoño invierno 2012-2013 para Jil Sander y, quizá por su éxito, los ha repetido. La gran baza de la temporada es que todo parece cómodo y lujoso al mismo tiempo pero en ningún momento ostentoso. Quiero decir que todas estas chicas son ricas, de buena familia, guapas y listas pero no por ello renuncian a tomar un helado apoyada en una barandilla a orillas del Sena o incluso a tumbarse en la hierba sin gran preocupación porque se manchen. Pueden dejar el bolso tranquilamente en una silla de una terraza y guardar en él una revista sin pensar en que el peso es excesivo para esas pequeñas asas.


Son monas pero sin ser ñoñas y eso es lo que nos gusta. Simons junta en esta colección un cúmulo de referencias que abarcan tanto su propia semántica como la de la casa Dior. De Christian Dior retoma la línea Bar y la línea corola de la colección debut de Dior para la primavera del 47. Hay gris, el tono icónico de Dior, negro, blanco, rojo y rosa (los tonos de las flores) y, de hecho, la mayor parte de las prendas tienen un volumen en el bajo que las hace parecer capullos de flor. En algunos momentos cita la línea A -por ejemplo en los trajes con tul- y también la línea H (más rígida y arquitectónica). 


Dior siempre ha sido la casa de los trajes de noches y, el cierre del desfile, está plagado de ellos. La línea es la de Prada de hace unos cuantos veranos aunque con otro enfoque: más elegante y chic. Al parecer, la tela iridiscente es un nylon que desarrolló Christian Lacroix en los 80s -que es lo maravilloso del desfile- pues ondea ligero, ligerísimo, en las prendas en las que se usa. Sin embargo, la inspiración de estos trajes hay que buscarla más atrás: Liz Taylor en 1961 recogió su Oscar (el de la traqueotomía y la muerte de su marido contra Shirley Temple) vestida de Dior en un "gown" -que dirían los americanos con el volumen globo, estampado con flores en la falda y muy sencillo de cuerpo. Incluso esto parece explicar lo exagerado del maquillaje: fue el año en que la Taylor rodaría Cleopatra y, no cabe duda, de que esos ojos de gata encajan bien con la diosa de los ojos violetas. 


Simons se suma, por otro lado, a las tendencias de la temporada de calor de 2013 con una colección más primaveral que veraniega quizá porque es más glamuroso que haga "bueno" que que haga "calor". Como Marc Jacobs o Dries Van Noten, a Simons le interesan las rayas del optical art -Op Art- y los tejidos sintéticos lo que hace que la colección tenga un regusto a los años 80s de forma inevitable aunque no evidente. El fin de la colección evidentemente son vestidos de baile, no largos porque parece que ese cliché aburre a Simons. Y, para compensar el ambiente tecnológico de su nylon iridiscente, escoge pintar a mano las rosas cincuenteras que añade a sus diseños.


Al final del desfile, Anna Wintour no aplaudió ni una sola vez, a diferencia de Grace Coddington que sí lo hizo aunque tímidamente -que no deja de ser el carácter público de Grace o sea que tampoco es algo que diga mucho-. Raf Simons salió a saludar vestido con una cazadora vaquera, ojo al dato, después de que sus modelos recorrieran la pasarela al paso marcial de la percusión que marcaba el ritmo del desfile. Difícilmente se puede considerar a la colección magistral pero hay cosas muy interesantes. Especialmente los dos conjuntos tornadosalados (faldita rosa y azul) de la primera mitad del desfile y los cuatro últimos pases finales. La colección no es memorable, vista en su conjunto es más bien mediocre -hay pases espantosos de verdad, al estilo de los engendros que Lagerfeld también perpetra temporada tras temporada en Chanel- y, desde luego, es peor que la última de Simons en Jil Sander y que la primera y bien recibida colección para Dior para la HC de invierno de 2013. 


¿Qué se puede decir, entonces, como cierre y broche final a esta colección? Que a Raf Simons le puede esperar un futuro prometedor en Dior porque tiene mucho que ofrecer. Es un acierto que se haya desligado completamente de la línea de Galliano porque Galliano es Galliano, está vivo y no pertenece al pasado lejano, y por ahí no queda nada por explorar. Es un acierto que busque que Dior siga las tendencias, que Zara pueda sacar sus americanas hechas vestidos, sus volúmenes sacados del archivo de Dior (la línea Bar, H y A) y también sus vestiditos cortos y sus shorts con cuerpos con pliegues estratégicos y simpáticos con juego bicolor pero sobre todo es un acierto que se incline a hacer cosas que sólo se puedan tener si uno paga lo que vale Dior y prueba de ello son todos los conjuntos iridiscentes que precisan ser de la más alta calidad y que sólo se pueden conseguir si se compran los originales porque no van a ser presa de la masa de Zara y H&M o Mango porque no se pueden hacer en un ciclo de explotación rápido. Apostar por la exclusividad y por el lujo discreto son dos buenas bazas. Quizá se ha dormido un poco en los laureles, toda adaptación lleva su tiempo -y eso no hay que olvidarlo- pero Raf Simons tiene qué decir en el futuro. Oigámosle.

Balenciaga Y Olé


En 1997, Ghesquiére tomó las riendas de la casa Balenciaga. Como quien dice, por aquel entonces, la firma no era una bicoca. Más bien todo lo contrario. Tenía un nombre de prestigio pero eso era más una carga que un aliciente porque todo lo que uno hace, comparado con Cristóbal Balenciaga, queda en nada. Y, en los 90s, Balenciaga no era más que una marca como la de Pierre Cardin: licencias, licencias y licencias. Hasta el año 2000, nadie sabía nada de Ghesquiére. Y, de repente, sorprendió con unas colecciones soberbias en las que tomaba el pasado glorioso de Balenciaga (abrigos de piel que te envuelven, investigación en los tejidos, creaciones rígidas y vanguardia) combinado con las claves de su propio estilo: la tendencia futurista. 


En general, la tendencia mediterránea está fuera de la obra de Ghesquiére quien está mucho más próximo a los de Amberes (como Van Noten o Martin Margiela, a quien admira especialmente) y, aunque retome el archivo de Balenciaga para sus colecciones (estampados, sombreros de pescador...), en general, su estética es norteña. En París ya no hay nadie que le cante a España, antes estaba Lacroix que siempre guiñaba el ojo a las vírgenes andaluzas e incluso Lagerfeld que en los finales de los 80s e inicios de los 90s se llenaba el ojo con Claudia Schiffer tendiendo la colada con luz mediterránea. Al Mediterráneo sólo se canta ya por los sureños, por los propios mediterráneos y, parece que, una vez desaparecido YSL, muerto Versace y jubilado Valentino, lo único que queda del espíritu latino está en Dolce and Gabanna aunque sea más bien únicamente lo siciliano el tema de su devoción. Sólo Ralph Lauren en la Semana de la Moda de Nueva York parece interesarse por lo latino aunque sea pasado por el filtro de México como muestran sus toreritas del pret a porter para el verano de 2013. Y, va Ghesquiére y se vuelve español y, no sólo español, sino de volanterío andaluz.


El éxito de la colección de Ghesquiére reside precisamente en que, aunque es imposible no ver a España en su inspiración y que sin desligarse del espíritu de la firma cuando era llevada por Cristóbal Balenciaga, consigue imponer su sello personal (lo tecnológico, las mujeres robóticas, la investigación en el tejido y el corte por láser y los nuevos volúmenes) pero sin caer en ningún tópico. No es la España negra de Carmen que tanto fascina a los anglosajones y a los germanos, no es la España de la farándula de chisperos y chulos de Goya y tampoco es lo rural del Viaje por España de Antonio Ponz. Al contrario, es una España moderna, progresista, europea y actual que sabe ver en su pasado la oportunidad pero a la que no lastra lo que pasó ayer. 


La verdad es que Ghesquiére ha tenido unos años veleidosos. Tras consagrarse con sus americanas escolares y sus palestinas que lo pudieron todo en el invierno de 2007 y que lanzaron su nombre al estrellato y sus prendas a la consagración (Zara mediante -de hecho, algunas prendas de Zara que se "inspiraron" en la colección de Ghesquiére fueron retiradas de las tiendas), no ha acabado de rematar en sus colecciones, inspirándose demasiado en lo tecnológico y los androides. Sólo ha habido entre el 2007 y hoy (verano de 2013) un par de colecciones interesantes: las fantásticas minifaldas y cuerpos rígidos con sandalias-bota de los sesenta del año 3000 para el verano de 2008, los 80s de neopreno para el invierno de 2008 - 2009 y los estupendos vestidos inspirados en los de Diane Von Fustenberg y la avalancha de drapeados y raso completamente versallescos de invierno de 2010. Y aquí, vuelve la impronta de Ghesquiére: España y Balenciaga, una vuelta a las raíces pero con un punto tecnófilo. 


Ghesquiére ha explicado que para esta colección se ha inspirado en la danza y en el cine, vistos desde el primas de la firma. El diseñador ha afirmado que pensaba que era interesante "jugar con el contraste entre el cubismo de Balenciaga y la rigidez arquitectónica y con la mitología, la antigüedad y el movimiento" (según ha declarado para Vogue América).  En la década de los 30s, Cristóbal Balenciaga se inspiró en la danza para hacer diseños que trataban sobre el movimiento del baile. Por ejemplo, dedicó una serie a la obra de Toulousse Lautrec que citaba el mundo del cabaret y de sus danzas sensuales. Sin embargo, Ghesquiére ha preferido mirar al mundo del flamenco y combinar la fiereza y el movimiento sinuoso y ondulante de los volantes con los cortes limpios, diestros, tecnológicos y agresivos que inspira todo lo que no sale directamente de las manos del hombre. Muy sexy aunque es evidente que a Ghesquiére le gustan los escotes de las mujeres. 


Las críticas al desfile se han centrado en el pragmatismo de la colección. Y es cierto. Los vestidos del final de la colección son todo lo que uno puede desear para el verano: frescos, jóvenes, inspiradores del amor, insufladores del deseo, alejados del exceso, la farsa y el virtuosismo como fin. Ghesquiére nos presenta a una mujer que quiere verse guapa y eso nos gusta siempre. Por supuesto aparecen los puntos fuertes de Ghesquiére en la propuesta: perforaciones hechas a láser y cortes rígidos que no se acaban de amoldar a las formas del cuerpo sino que "encajan" sobre una más bien como una armadura. Se trata, precisamente, de algo que Cristóbal Balenciaga también le gustaba hacer: por respeto, quizá pudor, prefería poner distancia entre sus trajes y el cuerpo de las mujeres. 



Los accesorios son muy interesantes: anillos de oro en cada dedo muy delicados que acaban con todos los excesos de Anna Dello Russo por ejemplo o con el trabajo de Kenneth Jay Lane. Vuelve a sacar al desfile sus sempiternos zapatos cuadrados, de corte masculino, en este caso, acordonados y de charol brillante aunque más sencillos que a lo que Ghesquiére acostumbra -es el autor de las famosas sandalias lego y de zapatos con tacón de plexiglás y cortes imposibles-. Las sombrereras son maravillosas, por cómodas pues se pueden llevar con sencillez y sin afectación, y hacen que la inspiración en los años previos a la II Guerra Mundial y al cierre de Balenciaga sea más patente. 


Como conclusión a la que va a ser, sin duda, una de las colecciones que arrasen en las cadenas de "moda pronta" para el próximo verano y los siguientes, se puede decir que su practicidad no resta su sensibilidad. Se inspira en El testamento de Orfeo de Jean Cocteau, rodada en los 60s, pues para ese film, Balenciaga diseñó algunas piezas. Y, no cabe duda de que los accesorios mostraron bien ese devenir hacia la naturaleza pues Ghesquiére usa el corte al biés de Madame Grés con maestría, maestra en los años 30s y férrea opositora a los nazis en el París ocupado y también se inspira en los ciervos y las aves del bosque para sus tocados: la melena suelta, de diosa griega, pero ubertecnológica, hipertextual e hipermedia. Pues claro, todo es naturaleza.

viernes, septiembre 28, 2012

Seriedad, Van Noten


Viene una primavera y un verano bastante serios para 2013. En Nueva York y en Milán no se han visto colores vivos y fascinantes salvo en Oscar de la Renta -y eran horribles-, en Emilio Pucci -que tampoco cuenta porque es marca de la casa- y en Gucci que fue una orgía monocolor de colores bloques resucitada del armario de Marisa Berenson. Sólo Dolce & Gabbana han sacado a la pasarela algo mínimamente divertido, sus madonas sicilianas siguen dando que hablar en la primera fila del front row aunque tampoco den para mucho más. Prada les chafó a todos el rollo: negro, negro y negro. Y, por si no puede ser más deprimente el verano 2013, Miuccia sacó toneladas de piel a la pasarela que parecían destinadas a aguar la fiesta a todo el mundo. ¿Calor, dices? Ja. 


Rematando la tendencia de lo serio, lo muy muy serio, aparece la colección de Dries Van Noten. No tiene nada que ver con la tecnología -que ha estado muy presente en las Semanas de la Moda SS2013- sino con la depuración y la seriedad. Uno esperaría que, en tiempos de crisis, hubiera más color y más alegría, más distracciones quizás... pero no, la tendencia es, en realidad, lo esencial. Sí, vale, seguimos viendo caftanes de los 70s, curvas de los 60s y cadenas y cuero de los 80s pero también caminamos a un come back de los 90s como muestran los veranos pasados de Jil Sander con su ya no director creativo Raf Simons quien también bebe, cómo no, como Van Noten del grupo de Amberes de los 90s que se basaba en la sencillez, en el amor por los materiales y en un cierto aire críptico.



La colección que Van Noten presenta es muy interesante. Los estampados, que son su punto fuerte, establecen un diálogo con las prendas cuya base es el tejido, la textura. Las camisas de cuadros que podrían salir de los bares de carretera de la América profunda del medio Oeste no son bastas sino etéreas, confeccionadas en seda y en gasa hasta el punto de que flotan y ondean sobre el cuerpo de la modelo. Y, precisamente ése, el estampado de cuadros es el leit motiv de la colección.

Eso de que "el diablo está en los detalles" no puede ser más cierto. Siempre que Van Noten pisa la pasarela pienso que sus colecciones son más de entretiempo que de verano o de invierno propiamente dicho. Y, en ésta ocasión, no es una excepción. Flores de gasa que adquieren volumen pero que no dan la sensación de falso, pantalones que bailan sobre las caderas pero que son breves, frescos y cómodos. Faldas que parecen no tener sentido pero que están hechas con hilo de plata que las recorre en brocados. Zapatos y bolsos de cuadros que parecen ingleses y superposiciones naturales, hechas sin orden ni concierto, mezclando texturas y estampados que no pueden ser más increíbles e irrechazables juntos pero que resultan. Y no solo funcionan, no. Son deliciosos. Van Noten incluso se atreve con vestidos de gasa para cerrar su colección, largos, hasta los tobillos, que parecen citar a los 70s ingleses de Biba y el neoromanticismo que se prolongó hasta los 80s.


Dries Van Noten es un diseñador que suele pasar desapercibido para las revistas pero que ha conseguido hacerse con un hueco en el mercado y en la mente de los aficionados a la moda con aire de pose pseudo intelectual. Sin embargo, -y aunque espero que no haya un Van Noten & H&M que lo haga público a nivel estratosférico- casi todos los años es responsable de buena parte de la cosecha de Zara, por ejemplo, pues parece que la firma de Amancio Ortega encuentra en el vocabulario de DVN un lenguaje muy próximo al de sus compradoras. Un buen ejemplo fue la avalancha de caqui -verde militar- que se vio en la primavera verano de 2010 y que sigue viva, muy viva, a día de hoy. Otra prueba de su "moda en la calle" serán, al tiempo, los cuadros. Y, por si alguien tiene duda de que para el verano de 2013 vienen los cuadros -y Oriente-, Alexis Mabille en su colección SS 2013 lo ha reafirmado. Él los ve en versión niñita, rosas y azules, como de baby de colegio (aunque más grandes) además de en blanco y negro sartorial como Van Noten. 


Así, desligados de su aire escocés y del grunge de Kurt Cobain sin lavarse el pelo, Dries Van Noten abre la Semana de la Moda de París con una colección sublime. Nada se va a ver en la Alfombra Roja, por supuesto que no, pero, en los tiempos que corren, ¿no es eso una virtud?


Cuero


Lo reconozco. Estoy que me derrito con este look de Emmanuelle Alt. Me pasa de vez en cuando en las diferentes semanas de la moda del mundo. Hay alguien que me chifla. No es que yo sea fan de la estilista de Vogue París reconvertida en directora de la edición francesa de la Biblia de la moda pero es que sí, sí rotundo, sí de veras. 

Emmanuelle Alt bebió de los aires del trío de Tom Ford - Testino - Carine Roitfeld cuando el texano diseñaba para Gucci, para YSL y vendía perfumes y blusas depilando una "G" en el pubis de Carmen Kaas. Sin embargo, Alt, en los inicios de los 2000, dio una vuelta de tuerca a toda aquella hipersexualidad y lo hizo apostando -mucho, mucho antes que Carine- por Ghesquiére para Balenciaga. Lució todo lo que luego se pondría de moda en Balmain, firma de la que realmente ella es la responsable, y ha conseguido que la próxima exposición del MET, que va sobre el punk, haga que toda la moda de las tachuelas, los pitillos, el cuero, el tabaco en los sitios prohibidos, el grunge, Cobain, la primera colección de Marc Jacobs, las gorras de camionero o de poli de los Village People y las cadenas, chupas de los Ángeles del infierno, George Michael, Linda Evangelista y tal no se evapore de repente quedando tan en nada como en los difuntos 80s.

Y es que, realmente, Emmanuelle Alt es una gran estilista -sobre todo, en otros... aunque también en ella misma si bien su imagen es completamente intercambiable de un día a otro de un tiempo para acá-. Sus 80s más masculinos, sus mujeres no andróginas sino directamente con un punto arrabalero y marginal y su actitud frente al streetstyle del look casual producido y pulido hasta dejarlo limpio y sin ostentaciones son sus señas de identidad. No es una buena editora de revista y Vogue París, desde que lo dirige, no consigue hacerse con una línea identitaria propia que sí tenía bajo la bandera de Carine Roitfeld. Es verdad que no lleva tanto tiempo con el timón, también es verdad que a uno, en los negocios de altos vuelos, no le suelen dar grandes segundas oportunidades. Digamos, pues, que la Alt calienta banquillo para un giro radical en la revista. No bajo su mando, tras él. Por ahora, sigue el cuero y las tachuelas y la coca: Anna Wintour pretende así reflotar el fracaso del binomio Prada Schiaparelli en el MET. Y, de otra cosa no, pero de comercialidad, los americanos saben un rato largo.  Aún tenemos Alt hasta en la sopa. Aunque sólo hasta 2005/2007 molaba.

miércoles, septiembre 26, 2012

Escayolas Y Armaduras


A Helmut Newton le chifló ver a Von Stroheim con su escayola y tal. También le interesó la Historia de O y los collares de cuero, con candado, muy prietos. Era inevitable que las prótesis aparecieran en su obra, sobre todo, porque Newton era un devoto de los maniquíes para sus fotos. A algunos incluso los añadía vello púbico para que parecieran más reales. 


Así, en 1995, Helmut Newton fotografió para Vogue a la maravillosa Nadja, el ángel azul de interminables piernas, con un bastón, tacones de infarto, una escalera y pierna ortopédica. 


Anna Wintour y Testino parecen citar a Helmut Newton en versión americana en Vogue USA en octubre de 2012, descafeinada y un poco ñoña pero el Chanel HC con el que aparece Keira Knightley en portada y, sobre todo, sus guanteletes metálicos me chiflan. El cine y la ortopedia, que podría ser el título. 


Para rematar y, aunque no tenga mucho que ver, Laetitia Casta aparece en Vogue Turquía de octubre de 2012. En esta ocasión, son piernas y no ojos, pero fascina igual. Es puramente newtoniana: el cruce de piernas, las medias, la mano reptando por el muslo y la mirada velada. Newton, probablemente, la habría abierto más de piernas pero no se puede tener todo. 

Y, como muestra, un botón. De Newton, por supuesto, y con Nadja, por supuesto que sí:


lunes, septiembre 24, 2012

Siete Veces Gucci










No es que el mundo Gucci de Frida Giannini sea muy fascinante. Es un mundo comercial, adaptado a las famosas que quieren lucir como chicas de la calle pero de alta gama. Desde que se calzó los zapatos que había llevado Tom Ford en Gucci, sus colecciones nunca han rozado siquiera lo interesante ni lo maravilloso pero ha tenido buenas colecciones y, especialmente, un gran sentido de la comercialidad y de saber leer en lo que la calle busca. Año tras año, especialmente en primavera verano, Zara, H&M y Mango se han disputado sus estampados, sus cortes y sus chicas sin muchas neuronas, sin muchas pretensiones y con un poco de morro. 

Frida Giannini vende algo bastante sencillo: chicas guapas, chicas a la moda, chicas como las celebrities. Así, Blake Lively se pasea por los anuncios de sus perfumes (lo que es, sin duda alguna, una elección mucho más afortunada que la de su no muy racional campaña para Chanel con un bolso, unos espejos y caras que pretendían ser orgásmicas). Se le critica que copia a Tom Ford -tan original él, que nunca ha calcado a YSL- y, precisamente por eso, desde hace unas temporadas afirma desligarse de ese bagaje. 

¿Cómo? Paradójicamente con caftanes setenteros, colores bloque y ropa que podría tener Marisa Berenson colgada en su armario. Se ha aplaudido a Gianinni por ello. Lo mejor, con diferencia, son los detalles: volantes, colgantes inmensos, escotes en V para veladas con coca y bandoleras de colores intensos. Y luego dicen que no vuelven los sesenta -setenta-. Ja.

sábado, septiembre 22, 2012

Una China En El Zapato De Prada


La inspiración de Miuccia Prada para la primavera verano 2013 es, indudablemente, Oriente. Y, especialmente, Japón. El calzado revelaba lo que la colección no ocultaba: pies pequeños, pies de las hijas del loto, plataformas para elevar a las nobles de los vulgares mortales y elitismo. Hay flores -y pieles, lo que no deja de ser sorprendente- y hay cortes que recuerdan más al trabajo de Kawakubo y Yamamoto que al de la tradición italiana que uno espera encontrar en Valentino o incluso en Versace.


El Oriente de Prada no es el de Armani, otro italiano aficionado a las dekicias que el lejano Oriente puede darnos a nosotros, castos occidentales. Son mundos completamente diferentes. El orientalismo de Armani bebe de los materiales, del preciosismo de los tejidos, de la constancia del agua, del cantar del viento, del jade, la piedra de la luna y las historias de escamas de dragones y tapices que volaron y se hicieron pájaros y castillos. El Oriente de Prada, en cambio, es el de los cómics, el de los cruces sobresaturados de Tokio, el de los vagones del metro en puro silencio, donde nadie se toca, donde nadie habla por el móvil, donde hay empujadores para que la gente quepa dentro.


La pasarela misma parecía el cruzado de las línes del metro y, el público -espectadores-, los que aguardaban a coger un vagón con destino a los almendros florecidos o a un barrio comercial de la ciudad alta. Al fin y al cabo, lo mismo da. Se respiraba mucha soledad, mucho vacío. De ese tipo de ausencia que solo hay cuando hay mucha gente, muchos ojos mirando que no ven nada.


Prada propone un Oriente que casi es el de los comics y el de las lolitas tokiotas con coletitas y minifaldas de colegio británico, todas a cuadros. Debo ser de los pocos a los que el calzado les ha chiflado. En general, temporada tras temporada, los zapatos de Prada son un objeto oscuro de deseo tanto en la firma principal, Prada, como en la que hace años fue secundaria: Miu Miu. Han recibido muchas críticas y se han alzado muchos ¡oh, qué horror! pero a mí me han gustado. La palabra clave es jikatabi y, hace no mucho, en 2009, Margiela ya lo hizo. Eran unas botas inspiradas en el corte entre los dedos del calcetín tradiocional japonés -tabi- que viene a ser un calcetín con el dedo gordo separado de los otros. La sensación es similar al ir descalzo y era lo que llevaban los ninjas (y las simpáticas Tortugas ninjas de los dibujos animados que además de para aprenderse los nombres de los pintores renacentistas también van a la moda). Miuccia Prada lo que ha hecho ha sido ponerlas tacón y bañarlas en oro, en plata y en la gama de los rosas y ponerlas lacitos. Y todos tan contentos.


En cuanto a otros accesorios: pelo alto, recogido, con un aire marcial y señorial que ya se ha visto en Prada en otras ocasiones cuando citaban a sus bibliotecarias sexies y esmirriadas de los años noventa, por ejemplo. Las texturas de la colección oscilan entre la flexibilidad del calzado y de las prendas y la dureza de los accesorios, los colores apagados y los estampados sobrios y poco alegres con mucho de Marimeko. A Anna Wintour, que criticaba a Pilati por la falta de colores de la primavera en YSL, no le ha debido gustar mucho pero, como al exposición de Prada-Schiaparelli del MET ha sido un fracaso y Miuccia Prada está muy enfadada, la colección estará bien alto en el top ten de Vogue, de Style y de Condé Nast en general. Al tiempo. En realidad, Miuccia Prada ha reconocido que no estaba muy inspirada para hacer esta colección -sólo hay que leer entre líneas en sus declaraciones- y parece que en ella hay un poco de deseo de venganza y de aire letal y casi militar. A mí sus chicas me recuerdan un poco a institutrices occidentales que lo mismo se te aparecen con una fusta en sueños que te saltan los dientes de un bofetón en una pesadilla.


La música francesa que ha acompañado al desfile es maravillosa. Y pone más en situación que las prendas por sí mismas siendo parte del mensaje que nos transmitía, igual que hace un par de veranos cuando todo era mucho más alegre y sideral, pero que tenía las mismas gafas absurdas. El drama del verano es para Miuccia un tema que se cuela en sus colecciones de forma repetida. De hecho, hace unos cuantos años (ss 2007) también tuvo una gran frustración y presentó sus exitosos turbantes en modelos sin parte de abajo porque todo lo que habían hecho era feo y no le gustaba, palabras textuales de ella. ¿Hay feísmo en la colección de Prada?, sí. Lo hay. Es seña de la casa. Pero también hay mucha autocita: la textura casi de neopreno de la primavera aunque menos alegre y despreocupada, el pelo alto y severo de las secretarias de no hace tanto y los zapatos imponibles que se repiten año tras año en Prada.


En cuanto a los colores, el desfile empieza en negro y poco a poco van apareciendo detalles en blanco, en rojo y en rosa. Las notas de color y de luz las ponen los accesorios: botas y zapatos dorados, rojos, plateados y  rosas además de bolsos con flores duras. Lo más reseñable, realmente, es la piel. ¿A qué viene todo ese astracán en verano? Debe ser cosas de la globalización, esa que nos hace perdernos en las traducciones en Tokio. La colección habla de la perversidad, otro drama del verano para Prada. No hay amor, no hay comunicación y hay un aislamiento futurista y oriental en los sesenta. Está claro, estamos en los sixties contra los eighties.