domingo, septiembre 30, 2012

Miss Dior


Las mujeres de la primera colección de pret a porter de Raf Simons para Dior (primavera verano de 2013) se inspiran fuertemente en lo propuesto en su colección de costura de otoño invierno 2012, la primera que diseñó para la marca. Parece que ha escogido un imaginario que le permite, como a Ghesquiére en Balenciaga cuando está inspirado, combinar sus propios códigos y referencias con el universo visual de la casa. Aunque la colección tiene menos que ofrecer y muchos menos alicientes que la HC con la que abrió su era en Dior, lo cierto es que no por ello deja de ser bonita y ponible. A diferencia de las mujeres imposibles de Galliano para Dior, Simons retoma un tema que parecía casi desterrado de la casa que Christian Dior creó al acabar la II Guerra Mundial y ese discurso, precisamente, se centra en la femineidad. 


Tras la muerte de Christian Dior, YSL sucedió al que había sido su maestro. Hizo colecciones muy jóvenes, muy interesantes, con investigación en los volúmenes que aportaron grandes novedades al panorama de la moda del momento y que preconizaban la revolución del pret a porter que pronto Saint Laurent llevaría a cabo en una casa con su propio nombre. Los años de YSL en Dior fueron novedosos y delicados, femeninos también, pero más atrevidos. Cuando fue despedido y Marc Bohan le sustituyó, el británico que se hizo íntimo de Carolina de Mónaco cogió la estela innovadora de Saint Laurent pero se despidió de su delicadeza para sustituirla por estampados pop y por un Dior tan acorde a los tiempos (los setenta que fueron los sesenta míticos, casi los ochenta en su versión cool y no la de los yupies sin alicientes) que la firma fue un férreo objeto de deseo al que aspirar para ser alguien. Tras él llegó Ferré que hizo un buen trabajo en la firma tomando las riendas en los excesivos 80s y en los convulsos 90s y fue cuando Dior se hizo señorial y opulento, todo muy adecuado a la burbuja económica y a la estética de quienes preferían obviar que trabajaban con mucho éxito diseñadores como Narciso Rodríguez, Jil Sander o incluso Donna Karan y Calvin Klein. Cuando apareció Galliano a finales de los 90s, todo Dior saltó por los aires: mendigos, prostitutas inglesas de principios de siglo XX, dragones y kimonos japoneses, mujeres sacadas de los cuadros de Klimt, Vermeer y Goya, Juanas de Arco, esfinges y faraones y raperas llenas de logos que compartían cigarros con creaciones inspiradas en el origami en la historia, Marlene Dietrich y droides futuristas o Mariantonietas. Y también el espíritu de Dior.


Ahora llega Simons y presenta unas mujeres que llevan pantalones sobre todo. Lo que es toda una declaración de intenciones en la casa que reinventó la femineidad de la mujer al acabar la II Guerra Mundial y que convirtió a las dulces y apocadas criaturas bélicas con sus vestiditos escasos de tela con botoncitos y gorros de paja que eran un visto y no visto sobre sus bicicletas en reinas del glamour que tomaban cócteles en el bar del Ritz y que marcaban a su hombre con besos de carmín rojo mientras movían sus caderas en un contoneo que remarcaba lo cónico de sus pechos verbigracia de un corsé. Simons apuesta por una femineidad que hace que algunos piensen en azafatas -asistentes de vuelo- con sus pañuelitos anudados al cuello con gracia mientras se pasean, firmemente, conquistando por el avión. 


Y es que la mujer que Simons propone en Dior no tiene nada de sumisa. Puede que le gusten las flores, puede que le guste mirarse y remirarse en un espejo, puede que le atraigan los zapatos de tacón, las cosas "monas" y vestirse para seducir y para verse favorecida pero, desde luego, no tiene un punto débil. Realmente recuerda al estilo "femenino pero no débil" que ha sido siempre el mantra de Prada aunque, a diferencia de Miuccia que cree que negar el atractivo de la belleza y sustituirlo por una fealdad que aspira a encantadora o graciosa, lo que Simons hace, simple y llanamente, es permitir a las mujeres vivir en un mundo de hoy pero con todas las gracias que se le pueden atribuir históricamente: belleza, elegancia, estilo y sensualidad porque, pueden ser hermosas, pero no por ello estúpidas o sin carácter. 


Tras la serie de azafatitas con sus conjuntos de pantalón negros que anuncian, claramente, que el minimalismo nos vuelve a interesar. Que los 90s en Dior no tienen porqué mirar a los brocados, los peinados exagerados y el maximalismo de Ferré, Simons entra de lleno en lo "mini": las americanas, magníficamente armadas, se besan con las piernas interminables de las chicas y se hacen, algo que no suele aparecer en las firmas de realmente Alta Moda como Chanel: sexies. Pero sexy sin vulgaridad. Las americanas se alargan hasta ser vestidos cortos con cortes que favorecen la silueta natural de la mujer: la cadera al vuelo, la cintura estrecha y el pecho marcado. 


La discreción es una de las claves, un emblema, de lo que Simons propone para Dior. Los accesorios son bastante templados: los bolsos icónicos de la casa, el Miss Dior sobre todo, reinterpretado en todos los colores. Especialmente delicado en tonos coral y blancos que acompaña bien, discreto pero con un "algo" más que marca la diferencia respecto a un bolso b-a-r-a-t-o y también de una piel muy flexible, muy fresca y blanda para lo que, realmente es, una colección de verano. Aparte del pelo apartado del rostro y unos ojos maquillados con algo de teatralidad, los pañuelos cortos al cuello son el único complemento que podría no estar porque, aparte, sólo hay pulseras y collares (metálicos, bastante sencillas) que combinan con los zapatos (que recuerdan un poco a los de LV primavera verano de 2012 diseñador por Marc Jacobs) y algún velo sobre gafas de sol que parece ser el único guiño al pasado que el imaginario de Simons se permite en cuanto a los tocados, siempre discretos y nada excéntricos (y que ya usó en sus colecciones en Jil Sander)


El negro es realmente el color estrella de la obra de Simons en Dior. Hay que esperar bastante y luego, cuando aparecen ya los colores, siempre se vuelve a colar, para que nos deleitemos con algo de color. La apuesta es la iridiscencia y los tornasolados que parecen fascinar al diseñador quizá como fascinaban a la reina Victoria de Inglaterra cuyas joyas favoritas eran las que llevaban ópalos. Lo que realmente interesa de esta arriesgada selección de tejidos es que necesitan ser muy muy caros y muy muy buenos para que algo que cambia de color según la luz, resulte hermoso. No se pueden admitir estos tejidos que cambian al sol (torna-sol) ni que brillan (iridiscentes) si no son de una marca de la más alta calidad porque, el efecto, no es otro que el de madrina de boda de pueblo. Sin embargo, en Dior se confía y Simons da un resultado muy satisfactorio en pasarela que hace que la colección tenga ese toque transgresor que dinamita todas las críticas que acusan a la firma del lujo por excelencia de miserabilismo: no somos azafatas, rey, somos princesas.


Es una colección que gana mucho en movimiento y en detalle lo que, paradójicamente se ha usado como crítica, y que, sin embargo, es la esencia de la calidad y, casi, de la Alta Costura. La verdad es que nos pasa a menudo y es que los prejuicios nos ciegan. Es una colección muy contemporánea y que aporta exclusividad, una baza que todas las marcas deberían tener en cuenta. ¿Por qué íbamos a pagar una blusita de piqué de Louis Vuitton cuando había la misma en Zara en verano de 2012? Bien. La apuesta de Simons en Dior es parecida a la de Tom Ford en su propia marca: Tom Ford, aunque mejor llevada porque esa aspiración a contentar de verdad a sus compradoras y a diferenciarlas de quien no puede permitirse sufragar un Dior, no le impide pasar por los circuitos comerciales de exhibición y disfrutar de la siempre tan necesaria publicidad que asegure el éxito de la colección.


La colección ha sido larga (54 pases) pero no por ello aburrida( al menos, en movimiento porque en foto, sí lo es). Todos echamos de menos los delirios de Galliano y su Dior colosal y terrible que siempre dejaba con la boca abierta (aunque desde 2008 sus colecciones estaban en decadencia) pero esto es el mundo de la moda, no podemos reverenciar para siempre los cadáveres de los que han caído. Precisamente la esencia de la moda es dinamitar lo antiguo, no tener tolerancia con lo que ya no está "in", hacer que lo que ayer era la rabiosa actualidad, hoy sea lo mortalmente aburrido. El Dior de Simons es muy interesante, con muchas posibilidades y completamente desligado del Dior de Galliano al tiempo que respetuoso con los códigos de la casa. Es cierto que esta colección es menos interesante que la de HC otoño invierno de 2012 con la que se estrenó en Dior no hace muchos meses y que, a su vez, son menos Dior que su última colección de Jil Sander que ha sido el preludio de lo que iba a desarrollar en CD desde su estreno, pero -aunque se ha relajado- los pases tornasolados merecen la pena.


Realmente las siluetas no son sorprendentes. Karl Lagerfeld en Chanel ha presentado ya en otros veranos colecciones sobre la iridiscencia (por ejemplo su desfile de temática marina para el verano de 2012 donde cantó Florence Welch) y que ha desarrollado formas (tanto en Alta Costura como en PAP) que hemos visto en este desfile de Simons (vestidos más largos por detrás que por delante, con volúmenes de tul a la cadera para dar movimiento y americanas que se hacen minivestidos y que permiten enseñar pierna y pierna). Pero no sólo Lagerfeld ofreció esas siluetas, los vestidos de noche finales, con faldas acampanadas que acaban a media pierna y que se complementan con un cuerpo muy sencillo están -casi- calcados de la colección de ninfas y mujeres elfo de Prada deverano de 2008 y Armani ofreció iridiscencias en su colección de Alta Costura de invierno de 2011.


Lo que es maravilloso es la tela tornasolada. Hace un par de temporadas, Armani intentó hacer una colección inspirada en el agua y así diseñó prendas que eran sobre todo de color azul. Simons da una vuelta de tuerca a esos convencionalismos y propone algo radical, novedoso y muy muy vistoso y deseable. Sus falditas tornasoladas que brillan con los focos y hacen juegos de luz sinuosos como agua de un estanque que uno se ha puesto por encima son deliciosas. Hacen que la colección parezca excesiva y que, desde la distancia de no estar allí en persona, sean quizá un poco falsas y como envolver a la mujer en papel de celofán como el que Galliano usó para hacer de sus modelos en la HC de verano de 2010 un montón de flores de floristería listas para pedir disculpas o una cita a una mujer. Sin embargo, está muy lejos de ese trazo grueso que podemos imaginar. Son tan livianas, tan etéreas... que parecen hechas para ninfas, para seres feéricos que solo saben peinarse al borde de un estanque de piedra con cepillos de oro. 


Es cierto que no es oro todo lo que reluce y que hay momentos y pases de la colección que son definitivamente un fracaso (sobre todo los tornasolados aplicados en vestidos estampados con rayas que parecen retales desechados de Ágata Ruiz de la Prada) y también parte de los conjuntos "profesionales" en gris, en negro y en marino que se deslizan entre las piezas pensadas para la noche de la colección y que siguen sin llenar el vacío que hay en las firmas francesas que no son Vanessa Bruno o similar para el día. 


Los trajes cortos para la noche son muy atractivos, especialmente los que tienen aplicaciones que los hacen brillar y cambiar a medida que las modelos caminan o las luces los rozan. Es una colección que sin duda trata el movimiento como un tema principal muy presente en todas las creaciones, desde las ideadas para la mañana como, especialmente, las que tienen un marcado acento "nocturno". Así, minivestidos creados con costuras diagonales que dan al tableado gran movilidad, alas traseras de gasa que crean la sensación de que la portadora flota y cortes irregulares que se entrecruzan con las piernas al andar mostrándonos que el vestido que nosotros veíamos rojo es, en realidad, de forro rosa y, así, esa sorpresa, nos saca una sonrisa en los labios.


Los juegos de color amarillo-rosa y rojo-rosa aparecieron en la colección de otoño invierno 2012-2013 para Jil Sander y, quizá por su éxito, los ha repetido. La gran baza de la temporada es que todo parece cómodo y lujoso al mismo tiempo pero en ningún momento ostentoso. Quiero decir que todas estas chicas son ricas, de buena familia, guapas y listas pero no por ello renuncian a tomar un helado apoyada en una barandilla a orillas del Sena o incluso a tumbarse en la hierba sin gran preocupación porque se manchen. Pueden dejar el bolso tranquilamente en una silla de una terraza y guardar en él una revista sin pensar en que el peso es excesivo para esas pequeñas asas.


Son monas pero sin ser ñoñas y eso es lo que nos gusta. Simons junta en esta colección un cúmulo de referencias que abarcan tanto su propia semántica como la de la casa Dior. De Christian Dior retoma la línea Bar y la línea corola de la colección debut de Dior para la primavera del 47. Hay gris, el tono icónico de Dior, negro, blanco, rojo y rosa (los tonos de las flores) y, de hecho, la mayor parte de las prendas tienen un volumen en el bajo que las hace parecer capullos de flor. En algunos momentos cita la línea A -por ejemplo en los trajes con tul- y también la línea H (más rígida y arquitectónica). 


Dior siempre ha sido la casa de los trajes de noches y, el cierre del desfile, está plagado de ellos. La línea es la de Prada de hace unos cuantos veranos aunque con otro enfoque: más elegante y chic. Al parecer, la tela iridiscente es un nylon que desarrolló Christian Lacroix en los 80s -que es lo maravilloso del desfile- pues ondea ligero, ligerísimo, en las prendas en las que se usa. Sin embargo, la inspiración de estos trajes hay que buscarla más atrás: Liz Taylor en 1961 recogió su Oscar (el de la traqueotomía y la muerte de su marido contra Shirley Temple) vestida de Dior en un "gown" -que dirían los americanos con el volumen globo, estampado con flores en la falda y muy sencillo de cuerpo. Incluso esto parece explicar lo exagerado del maquillaje: fue el año en que la Taylor rodaría Cleopatra y, no cabe duda, de que esos ojos de gata encajan bien con la diosa de los ojos violetas. 


Simons se suma, por otro lado, a las tendencias de la temporada de calor de 2013 con una colección más primaveral que veraniega quizá porque es más glamuroso que haga "bueno" que que haga "calor". Como Marc Jacobs o Dries Van Noten, a Simons le interesan las rayas del optical art -Op Art- y los tejidos sintéticos lo que hace que la colección tenga un regusto a los años 80s de forma inevitable aunque no evidente. El fin de la colección evidentemente son vestidos de baile, no largos porque parece que ese cliché aburre a Simons. Y, para compensar el ambiente tecnológico de su nylon iridiscente, escoge pintar a mano las rosas cincuenteras que añade a sus diseños.


Al final del desfile, Anna Wintour no aplaudió ni una sola vez, a diferencia de Grace Coddington que sí lo hizo aunque tímidamente -que no deja de ser el carácter público de Grace o sea que tampoco es algo que diga mucho-. Raf Simons salió a saludar vestido con una cazadora vaquera, ojo al dato, después de que sus modelos recorrieran la pasarela al paso marcial de la percusión que marcaba el ritmo del desfile. Difícilmente se puede considerar a la colección magistral pero hay cosas muy interesantes. Especialmente los dos conjuntos tornadosalados (faldita rosa y azul) de la primera mitad del desfile y los cuatro últimos pases finales. La colección no es memorable, vista en su conjunto es más bien mediocre -hay pases espantosos de verdad, al estilo de los engendros que Lagerfeld también perpetra temporada tras temporada en Chanel- y, desde luego, es peor que la última de Simons en Jil Sander y que la primera y bien recibida colección para Dior para la HC de invierno de 2013. 


¿Qué se puede decir, entonces, como cierre y broche final a esta colección? Que a Raf Simons le puede esperar un futuro prometedor en Dior porque tiene mucho que ofrecer. Es un acierto que se haya desligado completamente de la línea de Galliano porque Galliano es Galliano, está vivo y no pertenece al pasado lejano, y por ahí no queda nada por explorar. Es un acierto que busque que Dior siga las tendencias, que Zara pueda sacar sus americanas hechas vestidos, sus volúmenes sacados del archivo de Dior (la línea Bar, H y A) y también sus vestiditos cortos y sus shorts con cuerpos con pliegues estratégicos y simpáticos con juego bicolor pero sobre todo es un acierto que se incline a hacer cosas que sólo se puedan tener si uno paga lo que vale Dior y prueba de ello son todos los conjuntos iridiscentes que precisan ser de la más alta calidad y que sólo se pueden conseguir si se compran los originales porque no van a ser presa de la masa de Zara y H&M o Mango porque no se pueden hacer en un ciclo de explotación rápido. Apostar por la exclusividad y por el lujo discreto son dos buenas bazas. Quizá se ha dormido un poco en los laureles, toda adaptación lleva su tiempo -y eso no hay que olvidarlo- pero Raf Simons tiene qué decir en el futuro. Oigámosle.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Un post de 10: con todos los detalles, info de primera mano, contexto, referencias a pasadas colecciones, a la historia de la firma y del diseñador.

VOGUE YA!

O.W dijo...

Ha habido colecciones que nos llevan a pensar en las que había tan buenas en los ochenta de Mugler por ejemplo. Yo es que echo mucho de menos a Thierry que siempre era mi favorito. Recuerdo cuando era niño y lo veía en el telediario, es uno de mis primeros recuerdos, y me dejó en shock. Aquello de las caderas y las tetas pero con moda en mayúsculas.

Holly Golightly dijo...

OW. Mugler es un diseñador fantástico pero también se echa de menos a Alaia por ejemplo. A Lacroix y a Galliano y también a Theyskens que son lo mejor y no trabajan. ¿Cómo es posible?